viernes, 13 de noviembre de 2009

BALAS INVISIBLES

¿Grupos de limpieza social? ¿Paramilitares? ¿Águilas Negras? ¿Bandidos que se creen con el poder de hacer justicia con sus manos? Como se quieran denominar. Todo mundo sabe que este país está vuelto mierda, pero lo último que necesitamos es más violencia, más balas, más muerte, más llanto…

La Ceja, Antioquia. 31 de agosto de 2009.

Era un lunes como cualquier otro. Los niños salían a estudiar; iba gente a la iglesia a pedirle al fantasma de Jesús por la paz del mundo o favores personales; las personas iban a sus trabajos y el tránsito de las calles era igual al de cualquier lunes en La Ceja. A pesar de ser un día como cualquiera, ese lunes me iba a encontrar frente a frente con la muerte y con la realidad disfrazada de nuestra “hermosa patria”.
Ese día dejé de existir para el mundo, me volví un ser invisible porque me despojaron de la prueba de que existo en este país, mis documentos. Ahora soy un ser que deambula por las calles sin nombre, tipo de sangre, nacionalidad, seguro médico ni estudio alguno; ¿Hasta cuando? Hasta que tenga el dinero para poner el denuncio por la pérdida de papeles, pues denunciar un atraco debe ser en contra de alguien en particular, así que no hay de otra que resignarse a denunciar un “extravío de documentos”.
Pasadas las cinco de la tarde, terminé un parcial de investigación. Sentía un enorme cansancio, estrés y agotamiento, aparte por una mala noticia que había recibido en las horas de la mañana. Una invitación a acampar que me hizo un amigo de la universidad me motivó y me llevó a pensar que iba a poder distraerme y relajarme de todo el cansancio acumulado durante estos días de estudio.
(Omitamos el recorrido) Eran al rededor de las diez de las noche. En el lugar conocido como “El campito de golf” cerca de la antigua Casa Blanca, las llamas de una fogata y la luz de la luna creciente, danzaban al ritmo de música reggae. Una garrafa de vino de cuatro mil refrescaba nuestras gargantas y humedecía nuestras bocas; El cielo se nublaba por momentos con el humo del fuego y el cigarrillo, mientras nos reíamos de las locuras de South Park. En medio de la conversación y la distracción escuchamos unas voces y sólo se veían unas siluetas que nos rodearon y nos apuntaban con revólveres y fusiles.
-¡Quietos hijueputas! Al suelo, al suelo… ¡Que al suelo les dije!
Sonaron dos disparos y todos nos tiramos de bruces al pasto. Uno de los muchachos del campamento había ido con su perrita Zasha. Toda la noche había estado inquieta y antes de que nos rodearan empezó a ladrar; ya los había sentido.
-¡Matá a esa hijueputa perra!-gritó uno de los encapuchados o lo que fueran.
Otro disparo silenció los ladridos de Zasha y en el ambiente sólo había un aire de muerte.
Eran cuatro o cinco hombres con pañoletas a media cara, de ropa oscura, acento costeño campesino marcado y jerga militar. No se identificaron.
-Mire mi lanza, estos son los ladroncitos. Estos son lo que se mantienen robando las casas.
-Claro lanza, matemos a todas estas gonorreas. Por allí treinta y cinco, aquí otros ocho; todos los días hay masacres, una más no importa.
¿Qué piensa uno cuando tiene la muerte a su espalda? Toda la vida pasa como una película por la cabeza en cuestión de segundos.
-¿Qué están haciendo por acá? ¿Dónde tienen lo que se robaron?-preguntaban entre golpes y cachazos a los que estábamos en el suelo.
-¿Qué hacemos mi teniente?
-¡Requíselos a todos! Quítenles los celulares para que no llamen a nadie.
Nos requisaron hasta el último bolsillo. Sacaron nuestros bolsos de la carpa y los esculcaron completamente. Nos despojaron de celulares, candelas, bolsos, billeteras…
- Yo tengo ganas de matar. Estoy enamorado de éste-decía uno de ellos haciendo alusión a uno de mis amigos-.Qué dice mi teniente…
- Dale, yo te lo regalo…
Lo único que alcanzaba a escuchar eran golpes y gritos. Esperaba con impotencia y rabia el retumbar del disparo que le quitaría la vida a uno de nosotros. Si mataban a uno nos mataban a todos.
-Me van a mostrar ya lo que estaban estallando. ¿Están armados? Algo estaban estallando; por eso nos llamaron de las fincas.
-¡No me mirés!-gritaban, y golpeaban bruscamente a quien se atreviera a mover por lo menos un dedo.
-Mirá son puros gronchos. Estos son los que me mantienen jodiendo en el pueblo.
-Claro mi lanza. ¡Si les encontramos algo robado los matamos! A mi me da la misma, hoy tengo ganas es de matar.
Esa fue una esperanza. Habían acabado de condicionar nuestra muerte, que parecía inminente. “Si les encontramos algo robado los matamos”, ninguno de nosotros era un ladrón. Lo que teníamos de comer lo habíamos llevado de nuestras casas, lo mismo que la carpa que era de uno de los muchachos, y el resto de cosas eran objetos personales.
-Mirá lanza, tienen cuadernos. ¿Estaban robando?
La respuesta fue inmediata.
-No pana, eso es de la universidad. Somos estudiantes, el carné está en la billetera-dijo uno de los que estábamos en el suelo.
-¡Que va, eso debe ser robado!-decían. –Me van a decir sus nombres y cómo les dicen.
Nadie se atrevía a responder.
-¡Ve, ese está levantando la cabeza!
-¡Qué estás mirando hijueputa! ¡Es que no la crees!-gritaban, y de un cachazo le reventaron la cabeza al osado que la levantó porque las hormigas le caminaba por toda la cara.
-Metelo a la fogata-dijo uno de ellos-Acá tenemos bastante leña.
Un millón de pensamientos se me cruzaron y pasaban como destellos por mi mente. Pensaba en mi familia, en mi novia, en mis amigos, en el parcial que había presentado en la tarde, en el concierto del lanzamiento del demo de mi banda, en que “qué gonorrea morirme un lunes”,en los Simpsons -e imaginaba a Homero gritando “Ayúdame Jebús”-,en los titulares de las noticias del día siguiente y me lamentaba por las cosas que tenía en mi billetera: mi cédula, el carné universitario, el carné de la EPS, las boletas del concierto, la plata del demo, las fotos de mis amigos, familia y novia, algunas cartas y la figura número uno del álbum de chocolatinas. Sí, eran tantas cosas que se me confundían entre las que me causaban risa, tristeza, dolor y se mezclaban con todas las estupideces que invaden los pensamientos cuando la muerte te seduce y parece que te dijera al oído “Hoy sí te tocó”.
-Mandémoslos en pelota.-dijo uno de ellos, y aunque todos decían “Sí, hágale”, no nos quitaban la ropa.
- No-dijo otro de ellos-mejor mándelos sin cordones, haber si son capaces de correr.
-Déjeles los cordones –respondió el que los otros llamaban “teniente”-necesitamos es que corran.
Llevábamos alrededor de media hora en el suelo, besando la tierra. Cada segundo se hacía más eterno y desesperante. Ya no sabía si iba a morir o si iba a tener que correr desnudo por las calles de mi pueblo, con otros siete amigos.
-¿Quién armó la carpa?-preguntaron.
-¡Yo!-dijo una voz que sonaba entrecortada y como si estuviera a diez metros bajo tierra.
-¡Párese!, la va a desarmar rápido, guárdela como la trajeron que nos vamos a quedar con ella, y por cada minuto que se demore desarmándola es un amigo menos.
“¿Quién morirá primero?”-pensé. Igual no importaba, lo único que esperaba era la hora de estar tranquilo en mi casa, leyendo desprevenidamente, o en el cementerio, devorado lentamente por los gusanos.
De los cuarenta y cinco minutos que habíamos tardado en armar la carpa, sólo dos fueron necesarios para desarmarla. Sin embargo, los ocho seguíamos vivos. La vedad no sabía si alegrarme por estar vivo, porque pensaba que lo único que estaban haciendo era retrasar nuestra muerte.
-¿Por donde vinieron?-preguntaron a quien acababa de desarmar la carpa.
-Por allá-respondió él, señalándoles el camino.
-Entonces se me van a ir para el otro lado. Allá abajo cuadran con el patrón. Van a correr hacia donde está el tizón.
¿Cómo íbamos a saber nosotros hacia donde correr si no podíamos levantar las cabezas?
-Si no tienen nada que esconder les hacemos llegar los papeles a sus casas-dijo uno de ellos.
-En un bolso están todos sus celulares y sus billeteras, si los quieren se los van a ir a pedir al patrón en la finquita de allí abajo, la de la manguita.
¡Obvio! La finca de la manguita, estando boca abajo casi tragando tierra, veíamos la finca claramente. Como se nota todo lo que embrutece un arma entre las manos.
A cuatro de los muchachos les devolvieron las billeteras con sus documentos. A los demás no. Después de mucho rato en el que discutían si nos mataban, desnudaban o llamaban al patrón, se decidieron a dejarnos ir.
-Tiene dos minutos para correr y se me van a ir de a uno.
Cuando señalaron al primero se escuchaban sus pasos tan rápido que por un momento lo perdí. Cuando dijeron “Corran todos”, me paré y noté era el último en salir. Nos recibió una pendiente de unos setenta grados de inclinación por la que corrimos tan rápido que el alma se nos estaba quedando atrás. Cuando empezamos a correr dispararon un par de veces, quizás al aire. Nada nos detuvo en la huida; alambres de púas, charcos, pantanos… todo se volvió un adorno de la noche. Llegamos a una carretera que no sabíamos de donde era.
La escena era terrorífica. El viento soplaba helado. Ya no teníamos aire en los pulmones, todo se veía borroso; los perros de las fincas aledañas aullaban a la luna y unos caballos que habían en unas pesebreras relinchaban y pateaban las puertas como queriendo salir detrás de nosotros.
Llegamos a la carretera principal, la que conduce al municipio de El Retiro, después de la urbanización La Suiza. Nadie decía nada pero en las caras se veía la impotencia de quien es víctima de uno de los tantos actos delictivos de este país pero nada puede hacer. Al llegar a la entrada del barrio Las Acacias, nos dividimos, cuatro para una casa y cuatro para otra. Eran las once de la noche, pero esa noche se hizo realmente larga.
Al otro día, al llegar a mi casa, me sentía incompleto. Y no por el hecho de ya no tener el celular, la correa, el bolso y la billetera; me sentía una parte miserable e inaportante de este mundo insensato y malintencionado.
Las noticias de La Ceja nunca muestran algo así y por eso la comunidad no lo sabe; lo curioso es que muchas de las personas que se enteraron de este hecho, afirmaron que ese “monte”-como si no estuviera en plena zona urbana-es peligroso y que han visto personas raras, con ropas militares y armadas.
Muchas personas están al tanto de eso, sólo que nadie puede decir ni reclamar nada, por que siempre se corre el riesgo de ser silenciado. Además, lo que la actualidad demanda son los problemas con las redes del gas y las mil y una inspecciones que se están haciendo en los establecimientos públicos para evitar la presencia de menores en los sitios donde se expende licor. De eso se ocupan las noticias y los medios del municipio, por eso no hay espacio para que la opinión pública esté al tanto de estos acontecimientos.
Gracias señor alcalde; gracias por permitir una “seguridad privada” cuidando los intereses de los ricos y exponiendo la vida de los que no tenemos para pagar una. ¡Ah! quizá usted no lo sabía, por eso ha de ser que en esa zona nunca hay fuerza pública, ni policía ni ejército. Simples coincidencias, me imagino. Puede seguir preocupándose por el orden del pueblo con sus “eficientes policías” que se sientan en los locales a tomar cerveza, café o gaseosa en sus horas de “guardia”, mientras esos hombres misteriosos que nadie ve y que se ocultan en la noche, nos vigilan sigilosamente a nuestras espaldas. Como siempre, el poder lo tiene quien empuña un arma y mancha sus manos con sangre inocente. De no ser por nuestra apariencia, hubiéramos sido otros de los que ya hacen parte de las listas de falsos positivos. Si de verdad no lo sabía, reflexione sobre lo que está haciendo y cuál es la seguridad que le brinda al pueblo.
El último agradecimiento es para el señor presidente. Gracias por la seguridad del país, gracias por desplazar y disfrazar esas figuras de guerrilla y paramilitares y después darse un pantallazo al mundo pregonando la “gran gestión realizada” ¡Qué sería de este país sin usted! no sería mejor, pero sí podría ser menos peor.
Pero esta historia también tiene un final feliz. El martes primero de septiembre, en las horas de la mañana, Zasha llegó a su casa, herida, pero viva…

Eisen Hawer López Chica

lunes, 21 de septiembre de 2009

La vida entre montañas (Crónica 2, Periodismo)

Cuando el gallo canta por primera vez, él puede seguir soñando al lado de la compañera de su vida; cuando lo hace por segunda vez, puede decidir: levantarse y supervisar las labores de sus trabajadores, o seguir sumergido entre sábanas; y antes de que cante por última vez, está bañándose, porque se acostumbró a que el aseo fuera su primera actividad.
Nació en medio de montañas, ríos, árboles, su música favorita es el galope de los caballos y su imagen preferida son los cultivos llenos de frutos. Se casó a los 25 años, eso fue hace mucho, tuvo 15 hijos, 2 murieron muy pequeños, los otros 13 “aún están dando guerra”. Su esposa ha sido lo más importante de su vida; su amiga, su amante, su cómplice, su guía. El peor de sus vicios y el dolor de cabeza de su compañera ha sido el aguardiente, ese producto de la Fábrica de Licores de Antioquia que podría ocupar el primer lugar en el ranking de los más vendidos.
Desde muy joven trabajó la agricultura, en esos años tenía que estar en pie antes de las cuatro de la mañana y dejar todos sus deberes listos antes de irse a estudiar. Esa tradición la enseñó a sus hijos. Siempre se esforzó para darles la educación básica a todos, los que no la cursaron fue por decisión propia.
Los tres hermanos con los que creció se fueron del campo para la ciudad, creían que allí habían más oportunidades, pero él pensaba diferente, sentía que en el campo lo tenía todo, además afirma que cuando va a la ciudad se siente sucio, tanta contaminación, los carros, las empresas, lo “empolvan”, y llega “con la ropa negra de mugre.
Pastor, ese es su nombre, y el de su primogénito, optó por seguir la vida campesina, se quedó en la casa donde creció, y tras la muerte de sus padres le hizo algunos arreglos para que sus hijos y su esposa se sintieran más cómodos. Aprovechó las tierras de su progenitor, los únicos alimentos que se conseguían en la plaza eran los que las condiciones de la tierra impedían producir. Trabajó arduamente desde su infancia hasta que su cuerpo se lo permitió, porque aunque ha sido un hombre de salud inquebrantable, dice que prefiere no abusar de su buena suerte.
Su estabilidad económica es envidiada por los vecinos de la vereda La Compañía, del municipio de San Vicente. No vive en una casa lujosa porque prefiere lo sencillo, podría irse para una casa en la ciudad pero como ya se mencionó, y en sus expresiones cotidianas agradece la suerte de vivir en medio de la naturaleza.
Actualmente tiene a varios amigos trabajando en sus tierras, les indica cómo deben cultivarlas, es de ese modo, el que le enseñó su padre, estrictamente. Como buen campesino es bondadoso, constantemente expresa “la comida no se le niega a nadie”, así que es común ver a los trabajadores después de su jornada laboral, tomando “alguito” en la casa de don Pastor.
Su casa se sigue abasteciendo de lo que brinda el entorno, el resto de la producción la manda para la plaza de mercado de Rionegro los sábados, estas ventas son su sustento y el salario de los trabajadores. La mayoría de los hijos están lejos del hogar, pero no se olvidan de ellos, los tres que aún los acompañan ayudan en las labores domésticas. Pastor pasa los días contemplando el paisaje que considera sagrado, supervisando que sus tierras sean bien cultivadas, y regalando constantes besos de sus arrugados labios a la anciana frente de su esposa.

Cheli Melisa Llano Marín

martes, 8 de septiembre de 2009

Eterna búsqueda de amor (Crónica 1, Periodismo)

Son las ocho de la noche. Es sábado, y La Ceja se encuentra, como todos los fines de semana, inundada de licor, festejos y rumba. En las calles hay jóvenes, adultos y niños; beben, fuman, cantan, bailan, ríen y pelean.
Parada frente al espejo de su baño está Karina ; aunque sólo tiene quince años, se maquilla como una mujer mayor. Sus ojos oscuros, pintados de azul cielo y negro, reflejan la tristeza e inconformidad con que vive. Su cabello corto de color grisáceo, piercings y labios rojos, muestran una niña salida de los esquemas sociales.
Mientras se viste, piensa en la o las personas que pasaran hoy por sus labios y, probablemente, por su cama.
Está disfrazada de negro. Una blusa escotada deja ver sus senos grandes. Luce un yin oscuro, una correa de taches y unos tenis planos. Contempla su figura en el espejo y llora; seca sus lágrimas negras y sale de su casa en busca de “amor”.
Cuando llegó a La Zona Rosa -ese lugar que la alberga todos los fines de semana y en el que ha llorado inclementemente y reído hasta el cansancio- entró a un bar cualquiera, pidió una cerveza y bebió desprevenidamente esperando que el tiempo se le ahogara en licor.
Dos cervezas le bastaron para identificar a quien sería el receptor de sus pasiones y deseos. Él estaba en la barra y, como Karina, bebía solo. Ella se le acercó, lo invitó a un trago y hablaron veinte minutos, aproximadamente. Coqueteaban y reían. En un momento de locura y arrebato, se besaron con la ferocidad que un león hambriento devora una indefensa gacela.
Ella se sentía segura de lo que pasaría esa noche. Ya había dado el primer paso; todo era cuestión de tiempo, y licor. Antes de salir para su casa, él le pidió un minuto para ir al baño. Curiosamente, confundió la puerta con la de la salida del bar y no regresó.
Karina estaba sola, igual que siempre. La rodeaban un montón de fantasmas que no se percataban de su presencia. A media noche, salió del bar, algo ebria. Iba en busca del calor y la tranquilidad que el mundo exterior no le ofrecía y que podía encontrar, con una pastilla, abrigada por los pitufos que adornan su cobija.
Caminó sola hasta su casa. Era un ser invisible que no ocupaba espacio en el mundo ni en el tiempo; no existía para nadie.
Su casa queda en un segundo piso de un edificio del centro de la ciudad. Abrió la puerta y entró. En las escalas había una chica rubia, de labios rojos provocativos y ojos oscuros como la noche. Estaba recostada a la pared y sostenía un vaso de ron. Karina no le prestó mucha atención; empezó a subir las escaleras, en busca de su casa y cuando pasaba al lado de la rubia, sin querer –o quizá sí- le derramó el trago sobre la ropa. Sintió una gran pena y amargura, pues pensaba que la noche no podría haber sido peor.
Invitó a la mujer a entrar a su casa para que pudiera lavarse un poco. La rubia entró al baño de la habitación de Karina, mientras ésta organizaba su cama y se desnudaba para dormir. Se paró frente al espejo, desnuda. Por el reflejo notó que la puerta del baño se abría y la mujer –de la que no sabía ni siquiera el nombre- salía del baño, en ropa interior y con el resto de su indumentaria en la mano. Se miraron a los ojos fijamente por el espejo. Karina dio media vuelta y se le acercó lentamente. La mujer dejó caer su ropa y empezó a desabrochar su brasier. Karina la acarició, con ternura, desde el rostro hasta el abdomen. Se besaron con pasión; se amaron casual y momentáneamente hasta el cansancio. Llegaron a la cúspide del placer y se ahogaron en besos, caricias y silencio.
Al otro día Karina despertó temprano. Su madre aún dormía y sus hermanos no estaban en casa; su cama estaba vacía. Sólo tenía el recuerdo de esa mujer que la amó y huyó como un ladrón a la madrugada. Sólo fue una más en su lista; otra desconocida e innombrable aventura casual, como tantas que han pasado por su cama y como las que seguirán pasando hasta que la rutina termine por internar a Karina en su completa locura.

Eisen Hawer López Chica

Reserva para la libertad (Crónica 1, Periodismo)

Fin de semana, se acerca la noche, huele a música, a licor, a fiesta. Al parecer todos los rionegreros salen de sus madrigueras en busca de diversión. La mayoría opta por quedarse en el Oriente antioqueño, pero unos cuantos, al parecer como una huída desesperada de esta región y sus estigmas, se embarcan rumbo a la capital del departamento; esa ciudad de la eterna primavera que les permite mostrar lo que en su pueblo natal ocultan.
Un joven moreno, no más de 27 años, 1,80 metros, facciones bruscas, frente ancha, labios gruesos, un físico que habla por sí sólo: cliente fijo de algún gimnasio; iba en un bus para Medellín, se encuentra con un amigo, su esposa y su perro. Ellos se dirigían a La Floresta a un asado, él no evidenció su destino en la conversación. En el camino la pareja lo invita “vamos al asado, anímate, llama a una amiga”, después de mucho excusarse y ante la insistencia, aceptó.
Sacó su celular del bolsillo, su rostro era como el de un niño que se siente obligado a obedecer una orden impuesta. No sé si hablaba, si fingía hacerlo, pero tenía toda la presión de sus acompañantes a sus espaldas, no dejaban de mirarlo, estaban atentos a la respuesta de quién estuviera al otro lado del teléfono. Llamó a unas cuatro o cinco mujeres, a todas les hablaba de la misma forma, no se puede negar que usaba las frases típicas de todo un “Don Juan” en el momento de la conquista.
Las conversaciones eran cortas, de dos o tres minutos, cuando finalizaban comunicaba que la respuesta había sido negativa. Fue igual en todos los casos, ninguna aceptaba acompañarlo, él no insistía. Sus amigos trataron de convencerlo una vez más, “entonces ven tú solo”, pero lo tedioso de no tener compañera a lo largo de toda la fiesta funcionó como excusa para negarse a asistir en el camino restante.
El bus llegó a su destino, la estación Universidad, allí algunos continúan el recorrido en taxi, en otro bus, o en el metro de Medellín, que atraviesa la ciudad de norte a sur. La pareja y su mascota abordan un taxi, es más rápido y más cómodo, se despiden del cliente de gimnasio, que opta por tomar el metro. Al momento de entrar a la estación la tranquilidad volvió a él, era haberse librado de una carga que no sabía cómo esquivar. También se dirigía al sur, así que subí en el mismo vagón.
Ingresó al metro cómo cualquier ciudadano que necesita el servicio, no despertó la curiosidad de muchos, era uno más. Cómo es habitual no habían sillas vacías, así que caminó hacia la puerta del otro lado se puso frente a ésta y se fue mirando la panorámica de la ciudad. Las estaciones se quedaban atrás, no había nada de novedoso, el camino avanzaba y el hombre no hacía nada. Estando ya en la estación Exposiciones, justo después de pasar por el centro de la ciudad, vuelve a usar su celular, pero esta vez por decisión propia.
Llamó a alguien, por sus palabras podría estar hablando con una mujer, pero por su entonación era evidente que se trataba de un hombre. Fue algo así como una transformación, un abandono de la máscara que traía de su pueblo. Pasó de usar una voz gruesa, a usar una suave y delicada; ya no se veía como el hombre musculoso que visitaba el gimnasio, sino como un homosexual extremadamente preocupado por su apariencia, que hablaba muy bajo, como para que nadie lo escuchara.
Ésta última conversación, no trató de convencer, no trató de conquistar; era, más bien, una forma sutil de declaración, una voz patente de ansiedad, y una muestra clara amor. Era simplemente un aviso de que dentro de poco llegaría donde un acompañante que ya existía. El metro también llegó a su destino, Itagüí, se bajó rápidamente, cruzó el puente, y subió a un taxi. Se veía feliz, aunque muy ansioso. El taxi llegaría en aproximadamente cinco minutos a Nivel, su destino final, una discoteca homosexual donde es necesario hacer una reservación previa. Allí, por fin se liberaría por completo de sus miedos, de sus máscaras, y viviría como cualquier heterosexual una buena experiencia con su pareja.

Cheli Melisa Llano Marín

Jugando a ser yo (Crónica 1, Periodismo)

La posición en la que estaba recostada y la cobija delgada que le cubría, permitían que se dibujaran perfectamente sus curvas y voluptuosidad que, según ella, es poca. El reloj hacía un ángulo de noventa grados, eran las nueve de la noche y la apertura de la puerta de su habitación importunó su descanso. Alertada giró su rostro para ver quien, sin pedir permiso, entró en su sacrosanto espacio. Una cola de caballo despeinada, el rastro de un maquillaje envejecido por las horas y su ropa para dormir, la rosadita y adornada, la decoraban en ese instante de la noche. Mientras salía de su habitación dejaba atrás su pila de ropa en el suelo, cosméticos de distintas clases en una silla improvisada como mesa, sus dibujos pegados por todo lado y ese extraño ángel que le hizo a una pared. Como siempre, ahí estaba pronunciando consejos extraños; pero funcionales, hablando de hombres; aunque ahora no comparte su tiempo con ninguno, prestando su oreja para escuchar historias ajenas. De la niña con mala cara, sin aretes y de pelo raso, que lucía una camisa naranja a rayas en aquella foto hace doce o trece años, ya no queda nada y queda todo.
Ahora, a sus dieciocho años, con su caminar quebrado y mirada de fuego nadie duda que Maritza sea toda una mujer. De hecho siempre lo ha sido, así lo dictaminó la naturaleza y así ella siempre se ha sentido, aunque años antes su forma de expresarlo no se ajustara a lo que esperaban los otros.
Por otro lado, en un contexto cercano y una historia distinta y a la vez igual, hace más de dos décadas Sara esperaba ansiosa su primer bebé. Consentía su barriga llamándole tiernamente Catalina a su futuro hijo. Pero Catalina nunca nació, quien vio la luz fue Andrés, como ahora le gusta que lo llamen. Las prioridades de crianza cambiaron radicalmente, había sido un “varón” quien inauguró la familia.
A Maritza nunca le gustaron las muñecas, dejó que otra se las destruyera; nunca quiso peinar las marañas de su cabello, por eso, contra su voluntad, lo llevó tan corto como el de un niño; nunca se cubrió con esos vestidos que más parecían un ponqué muy decorado y, dando muestra de cómo sería su carácter, los hizo guardar eternamente; siempre prefirió la compañía de su hermano y las mil aventuras que él le inventaba con carritos y “capalobos” que los juegos tontos que le proponía la otra “mujercita” de la casa.
A Andrés no le gustó el fútbol, era más divertido hacer equilibrio en los tacones de mamá y cargar sus collares pesados en el cuello; los juegos que armaban sus compañeros de escuela eran aburridos, tanto que elegía siempre ser un personaje de Sailor Moon, el de cabello rubio para que se pareciera a él, y divertirse al lado de sus muchas amiguitas.
Para Maritza pocas veces representaron un problema sus gustos y apariencia, excepto aquella vez que un señor cualquiera le dijo a ella y a su hermanito: “tan lindos los gemelitos”.
Andrés sí sintió miradas acusantes, rumores malintencionados, exclusiones hirientes que incluso venían de él mismo. Inventó mil enamoradas, intentó ser uno del montón. Pero, aunque le tomó algún tiempo, un día veraniego, a mediados de un año cualquiera se invitó a ser feliz. El proceso fue doloroso, malos entendidos separaron amistades y algunos corazones negros rompieron el suyo, pero aprendió, alejando el miedo aprendió. Hoy no anda en tacones, no carga collares multicolores, tampoco ve o juega fútbol, no le gustan las carreras de autos, tampoco las mujeres. Reparte su tiempo entre el estudio, el amor y su nuevo proyecto: Corazonada, el bar que la comunidad Gay de Medellín estrena por estos días. Se mira en el espejo y, satisfecho, al otro lado ve el reflejo de Andrés.
Ahora es Maritza quien de mala gana, pero con fuerza, empuja la puerta, rompe el silencio con un silbidito de saludo y atraviesa la cocina contoneándose perezosamente, ceñida en su traje azul que, por cierto, le queda muy bien. Tras unos minutos en el interior de su casa grande, casi sin descansar sus movimientos lentos evoca al “mechudito” que le acelera el corazón. Ella es temperamental, inconscientemente coqueta y con un alma que se le puede ver en la piel. Sabe que hace diez años y hoy, simplemente, siempre ha sido Maritza.

Silvana Escobar Arias.

martes, 2 de junio de 2009

Las lágrimas de la muerte

Amad la muerte, amadla... Ella procura el supremo descanso, ella nos guía en el camino del silencio, es fría pero buena;...ella mata la amargura.
(Julio Flórez)


La vida humana siempre ha estado marcada por un propósito, siguiendo un mismo ciclo; el hombre nace, crece, se reproduce y muere, y la reproducción es indispensable y fundamental pues es la forma que tiene el hombre de “inmortalizarse”, de perpetuarse en el mundo. Pero la muerte es tomada, sencillamente, como el fin de la vida.
El ser humano empieza a reconocer la muerte hace 120.000 años, cuando el Homosapiens Nearderthalensis hace los primeros enterramientos de sus muertos. Desde entonces la muerte, en toda cultura y religión, ha tenido un reconocimiento especial aunque, cada una, según sus tradiciones, costumbres y creencias.
Por ejemplo, para la cultura judía la muerte es la separación de la dimensión física y espiritual. Platón dice que “El cuerpo es la cárcel del alma”, y esta afirmación puede sustentar la creencia judía; si el cuerpo muere, se anula la cárcel y el alma queda libre, por lo tanto hay separación de la dimensión física y la espiritual, o sea el alma. Pero no por que lo diga Platón significa que sea cierto.
Para nuestras culturas ancestrales la muerte era un regalo. Hacían una gran fiesta al miembro de su comunidad que había fallecido, pues creían que los dioses lo habían llamado para una misión especial.
“Quizá morir es un gran sueño que no tiene fin ¿o será otro paso para volver a vivir?” [1] pues nuestra religión cristiana católica afirma que la muerte es un paso para encontrarnos con Dios, es nacer a la vida eterna, por lo tanto también es un regalo o una recompensa, pero ¿Quién ha visto que en su pueblo se haga una gran fiesta celebrando la muerte de alguien? Parece que en lo que a este tema concierne, los sacerdotes han hecho un poco mal su trabajo. La mayoría de las personas temen a la muerte pero sin saber que es lo que realmente les causa ese miedo ¿es temor a lo desconocido? Talvez sí o tal vez no, lo que si es seguro es que nadie, por más cristiano o católico que sea, ve la muerte como un regalo, como algo bueno y menos como un motivo de celebración por que se va a encontrar con Dios. La muerte para nuestra cultura es, más bien, un símbolo de castigo.
Pero hay fenómenos realmente extraños que nadie ha cuestionado y que siempre ocurren cuando hay un deceso. Por ejemplo ¿Por qué lloramos cuando muere alguien muy cercano a nosotros? ¿Acaso nuestro llanto es motivado, realmente, por el hecho de la muerte de esa persona? Me atrevería a afirmar que no; No lloramos por quien se va, lloramos por los que se quedan. El llanto es producido por una sensación de soledad y abandono. Se muere la persona que nos escucha, que nos ama, que nos da de comer, que nos da dinero… lloramos por nuestro egoísmo, por que al morir esa persona ¿Quién nos va a escuchar, a amar, a dar de comer, a dar dinero…? Incluso desde la música se ha expresado esta idea: “No te vallas no te mueras por favor regresa ya, que tus padres tu familia sin ti no resistirá”[2] si la religión católica nos enseñó que al morir se vive eternamente, deberíamos alegrarnos, pues ya vive en la gloria de Dios y si no es así, que más da, igual, ya no está. Pero nos resulta casi imposible concebir nuestra vida de ahí en adelante que estaba condicionada en ciertas cosas a esa persona.
Para soportar lo dicho anteriormente sugiero dos situaciones. Primero, cuando una persona se ha mantenido en estado de coma por mucho tiempo y muere, la familia está tranquila y en cierto modo –ahora sí- feliz de su muerte; esto ocurre porque esa persona ya no les aportaba nada y cuando muere, la expresión más común entre familiares y allegados es “descansó el/ella y descansamos nosotros”. Segundo, si lo que realmente nos duele es la muerte ¿Por qué no reaccionamos igual ante cualquier deceso? ¿Por qué cuando en la televisión muestran una o varias muertes naturales, incluso masacres múltiples, no palidecemos y lloramos como cuando muere alguien cercano a nosotros? La respuesta es muy sencilla: por que no tiene que importarnos la muerte de alguien que nada nos quita ni nada nos pone.
Hay algo muy paradójico y es una frase coloquial que dice “No hay muerto malo”, y es algo relativamente cierto. Pero es que cuando el muerto no está relacionado con nosotros ni nos afecta directamente, entonces, lo que hacemos es montar todo un show alrededor del acontecimiento. Basta con pasar por una sala de velación y mínimo una persona esta averiguando la identidad del difunto, cómo murió y toda su vida si es posible. Una ceremonia fúnebre en nuestra cultura es sinónimo de luto, llanto, dolor y tristeza, pero también es el lugar ideal y propicio para curiosos, chismosos y otros tantos que siempre están buscando como alimentar su morbo. Pero la religión -o la iglesia- no se queda atrás y también colabora con el espectáculo; o sino como definir, en la eucaristía que precede el entierro, una ceremonia que supuestamente es sagrada, a un sacerdote que pasa puesto a puesto con su canastilla recogiendo la “ofrenda” de los dolientes ¿Será que Dios cobra por recibir un alma en su eterno reino de misericordia?
En fin, no se trata de negarle un último homenaje a quien partió hacia lo desconocido pero, al menos por un momento, dejar de pensar en nosotros y alegrarnos por esa persona que quizá esté mejor de lo que pudo estar en este mundo cruel y despiadado.
Pero ¿quien asegura que realmente morimos al momento de “morir”? ¿Acaso es descabellado pensar que este estado físico al que llamamos vida sea en realidad la muerte y lo que llamamos muerte sea en realidad nacer o empezar a vivir? Todo depende de la percepción, lo que si se debe tener en cuenta es que a la muerte no hay que temerle, más bien, hay que respetarla.
“No digáis que murió. Vedla risueña, decid, más bien, que se durmió y que sueña con un río, una nube y un lucero”[3]
Al otro lado, en una dimensión, probablemente, paralela a esta, está la huesuda. Esa que personificamos como un esqueleto de hábito negro y su gran hoz en una mano, está sentada en su trono, en una gigantesca silla de huesos de dragón y ella nos acompaña en nuestro dolor; la muerte está llorando. Pero no lo hace por el alma que se acaba de llevar y que ahora hace parte de su dimensión, de hecho, según Julio Flórez, para ella es divertido “Llora el hombre… y llora y llora… y el llanto la faz deslíe; la carne acaba, y, entonces, la calavera se ríe”[4]; en realidad la muerte llora por los vivos; llora por nosotros, desgraciados, que aun tenemos nuestra alma presa en una cárcel que alimentamos de lujuria, egoísmo, vanidad, venganza y placeres efímeros.
Ya lo dice el mismo poeta Flórez “Y además, de una vez sabe que toda humana hermosura, no es más… no es más que un bocado que va al vientre de las tumbas”[5]
La muerte llora porque mientras adornamos nuestro cuerpo, el alma se nos pudre más y más y cuando la muerte esté lista para llevársela ya no le va a servir y nuestra alma quedara condenada a vagar eternamente, o quizá, hasta el propio universo la rechace.


[1] Tronic, de su canción Brasil.
[2] Fértil Miseria, de su canción Visiones de la muerte.
[3] Robledo Ortiz, Jorge. Mi antología. Medellín, Colombia: Editorial Letras. 1984
[4] http://orbita.starmedia.com/~julioflorezred/poemas/lloraelh.html

[5] Julio Flórez, de Gotas de ajenjo.
Eisen Hawer López Chica

lunes, 1 de junio de 2009

Retando La Gravedad


California, Siglo XX, 1950
El oleaje baja en las playas de San Francisco, y todas esas tablas con motivos coloridos y en ocasiones extravagantes, se transportan al pavimento dejando inanimado y solitario el océano. Los jóvenes surfistas se ponen una playera, unos tenis de suela plana, acortan sus tablas y les adaptan ruedas. Ahora sus olas son andenes, muros, tubos; cada espacio en el asfalto reemplaza el mar.

Oriente Antioqueño, Siglo XXI, 2008
En Rionegro el pipe está vacío, entorpeciendo aún más el paisaje desolador que lo acoge; y ese espacio al lado de las puertas del estadio, ya no escucha el rodar de las tablas sobre el asfalto, ni su raspar en el único tubo utilizado para el skateboarding. Sus practicantes se sumaron a la larga lista de desplazados de la región. Algún grupo de seguridad privada se unió al pensamiento común sobre lo que es y hace un skate, y con su poder extintor acabó una comunidad que ahora rueda dispersa.
Hay otros municipios que intentan promover este deporte, pero, no por dar libertad, espacios y recursos, se crea la pasión que siente quien tiene la tabla como su estilo de vida. En el Carmen de Viboral el nuevo pipe estrenó muchos jóvenes que pretendían ser skates, quienes una vez gastaron sus tablas y energías momentáneas, lo dejaron como un adorno más del paisaje artificial.
Pero de la herencia de los surfistas californianos no todo se ha perdido. En el Oriente hay algunos municipios donde se vive y se siente esta cultura. Nos internamos en el pueblo de calles de trazado perfecto donde hallamos el alma de un grupo estereotipado por su práctica deportiva.
La Ceja es el segundo municipio del país con más bicicletas. Es el medio de transporte más común entre sus habitantes, sin embargo, no se practica bicicross o biketrial y no hay un grupo definido de ciclistas. Pero hace algunos años Zeus, Asdrúbal, El Juanda, El Zurdo, y otros, se tomaron los andenes del pueblo y cualquier lugar que tuviera escaleras como el teatro, la biblioteca o el banco ganadero, que fueron testigos de la aparición de algo que no es un medio de transporte – aunque puede utilizarse para ello – sino, más bien, una manifestación deportiva y artística: El Skateboarding.
Ese martes, muchas monedas alimentaron un teléfono público, instrumento y cómplice de la búsqueda de un guía en ese mundo de caídas, esfuerzos y trucos. No queríamos a cualquiera, esperábamos hallar a alguien que no sólo conociera, sino que viviera y sintiera que sus venas las recorrieran sangre skate.
Las indagaciones nos llevaron, inicialmente, a entablar comunicación con Martha, quien por mucho tiempo había sido la promotora visible de esta práctica deportiva en el municipio de La Ceja. Sus palabras las cubrieron una sombra de duda. Ya no trabaja con los jóvenes skate, pero nada de lo que decía explicaba concretamente por qué, ni siquiera estaba visitando continuamente el paisaje de su pueblo.
Nos quedó la sensación desagradable del desmoronamiento progresivo de la comunidad que esperábamos palpar. Aferrados a los pocos datos certeros que nos habían quedado de la conversación con Martha, apuntamos la brújula hacia el INCERDE (Instituto Cejeño de Recreación y Deporte), respaldo de los amantes de las rampas, tubos y pavimento. Con el cambio en la fuente de información, también se transformaban nuestras expectativas. Ahora teníamos datos concretos y una cita, horas más tarde, con alguien llamado Jorge Meneses.
El cielo gris y una diminuta llovizna, acompañaron nuestro trayecto hasta el lugar de la reunión. Tras unos segundos de vacilación, anunciamos nuestra presencia. Aún no llegaba nuestro anfitrión; esperábamos, un poco nerviosos, ver a un señor serio, vestido elegantemente, que nos diría lo que preguntáramos sobre una actividad que quizá conocía desde afuera.
Mientras casi besábamos el muro, en un intento desesperado por huirle a la incesante lluvia, vimos llegar a un joven, de tez morena, mediana estatura, y con una gorra que parecía anclada a su cráneo, sin embargo, lo que para nosotros era más llamativo se sostenía de su bolso, una tabla, con un logo fucsia incandescente.
Lo primero que pensamos fue que podría hacer parte de nuestra investigación, y así sería. Aquel señor serio, vestido elegantemente que estábamos esperando, era el dueño de aquella tabla que robó nuestra atención.
Jorge Meneses, un santandereano de veintisiete (27) años, que tras habitar desde hace ocho (8) en el municipio de La Ceja, ha adoptado algunas “mañas” paisas, ya que al momento de comunicarle el motivo de nuestra visita, su expresión fue: “¿Y qué ganamos nosotros?”, refiriéndose a la comunidad skate, así que nuestra reacción inmediata fue explicarle que no teníamos opción de retribución económica, pero, a cambio, el trabajo se expondría ante un público numeroso, con posibilidades de reconocimiento y de cambiar el imaginario que se tiene en el Oriente antioqueño sobre ellos, además, por qué no, nuevos patrocinios.
Sentados en un frío salón, que amablemente Giovanni Osorio, administrador del INCERDE, dispuso para nosotros, Jorge comenzó por contarnos que hace un par de años, La Ceja tenía un grupo skate conformado. Libre Expresión, integrado por unos treinta (30) jóvenes, organizaba zafarranchos, –fiestas rocanroleras- competencias y conciertos, todo con el fin de recoger fondos para asistir a campeonatos, comprar complejos –tubos, rampas, cajones…- o, simplemente, ir a montar en el skatepark de Medellín. Pero algo más de un año de continuas peleas e inconformidades, acabaron con el grupo del que sólo queda una camiseta que aún algunos lucen.
Durante este tiempo Jorge había estado solo, divagando con su tabla por las calles, acompañado sólo de la música de ACDC, Black Sabbath y Led Zeppelin. Tras la ruptura de Libre Expresión, “Dianita”, una amiga y admiradora, preocupada por su desmoronamiento, anima a Jorge a reunir a los muchachos y tomar el liderazgo. Un poco indeciso, pero con la motivación de que todos volvieran a rodar en una misma dirección, les explicó sus intenciones, los hizo partícipes de sus sueños y planes, en los cuales ellos eran los personajes principales. Una energía renovada se apoderó del grupo que ahora volvió a serlo, pero su disposición no era suficiente, había que buscar patrocinios, además, consentimiento y apoyo del INCERDE. Era empezar de nuevo.
La motivación de Jorge era tal, que no sólo consiguió el permiso para la utilización de un espacio en la Unidad Deportiva para las prácticas sino que, además, logró que La Casa de La Cultura, La Fundación Café, La Secretaria de Educación y La Oficina de Juventud, se sumaran a los benefactores e impulsaran la labor que se había propuesto.
Desde agosto han materializado muchas de sus metas, pues, a pesar del poco tiempo que llevan como Proyect Skate ya consiguieron una rampa, un cajón, tres tubos, una jota, y están gestionando otros complejos.
No sólo los bienes materiales son el objetivo de Jorge, también promueve la educación, los valores, la convivencia en familia y en general buenos hábitos de vida para el grupo.
Otra actividad que está adelantando este líder es la promoción del skate dentro de la población infantil, con un semillero que dirige los domingos en la Unidad Deportiva y, aunque no ha sido fácil convencer a muchos padres, ya cuenta con un grupo de niños entusiastas y comprometidos.
En estos dos meses y medio, cimentados en sus ganas, los avances son palpables. Cumpliendo unas sencillas reglas impuestas por el INCERDE, han consolidado su trabajo y logrado que éste formule proyectos para el futuro, como un posible skatepark.
La luz del día se había transformado en noche, era hora de despedirnos de Jorge, al menos por esa vez, pues teníamos que conocer al grupo en pleno; si todos eran como él, la sociedad, una vez más, se había equivocado con sus juicios sin fundamentos sólidos.
La promesa de regresar se cumplió pocos días después. Desde la distancia podíamos oír el sonido seco que hace la tabla en su contacto con el cemento, y ver un grupo de jóvenes elevándose varios metros hacia el cielo. Con un poco de recelo nos acercamos. Ellos nos estaban esperando y no se intimidaron con los insistentes destellos del flash de nuestras cámaras, que, en este punto, ya estaban enamoradas de los trucos que hacían; ni con todas nuestras preguntas, a veces torpes, las que siempre respondieron paciente y amablemente.
No, allí no estaban fumando marihuana, ni tenían otras drogas, no estaban oyendo música satánica, como muchos le dicen al rock pesado, no estaban planeando ningún crimen; sólo eran unos amigos unidos por su amor al skate, gastando sus energías en un deporte extremo y vistoso, calmando su sed con esa popular mezcla llamada “chamber”, que pasó por nuestro paladar como símbolo de aceptación, haciendo lo que más les gusta, siendo felices.
Gracias a Samuel, “Teléfono”, “Johncito”, (o cosito, por culpa nuestra) “Tortuga”, Hernán, Danilo, “Momó”, Alex, “El negro”, por supuesto a Jorge, y a todos los que nos permitieron disfrutar de sus ollie, flip, varial, y todos los trucos, que aún permanecen en nuestra retina.

Cheli Melisa Llano Marín, Eisen Hawer López Chica, Silvana Escobar Arias.
El Carmen de Viboral, Antioquia.
Viernes, 31 de octubre de 2008

Personas que marcan nuestras vidas

Dos ensayos...
  • EL VIEJITO DE MI VIDA

    Está allí, sentado como siempre en aquella cama, con su habano medio encendido entre su índice y su corazón. Su piel de color oscuro, aunque lastimada por muchos soles, aún no tiene arrugas ni manchas; sus seis décadas y media se reflejan más en su cabellera rucia pero todavía abundante. Para ver sus ojos hay que elevar la mirada varios o, más bien, muchos centímetros. Si dependiera de su abdomen, se le podría confundir con aquel cobrador de renta a quien El Chavo recibían siempre con un golpe en la famosa serie mexicana.
    En ocasiones se podría pensar que es mudo, que aquellos ínfimos labios y esa prótesis dental sólo le sirven para reírse de los alegatos que su esposa le regala a diario; ya sea porque llegó tarde de algún sitio, porque se tomó unos cuantos traguitos, o porque sencillamente quiere molestarlo. Sus orejas siempre están abiertas para quien quiera hablarle y su experiencia le permite dar los más acertados consejos.
    Nunca lo he visto salirse de casillas, por más preocupante que sea una situación no pierde la calma, mi papá comenta que fue muy estricto. Su paciencia y su buen genio son los azules que más resaltan entre un mar de cualidades. Pero por ironías de la vida ninguno de sus hijos, ni de sus nietos, heredó alguna de esas características.
    Siempre ha sido un hombre luchador trabajó desde que era un niño. Cualquier labor que le diera la comida para sus hijos era bien recibida. A pesar de las dificultades de la época, pagó el estudio básico de sus cuatro retoños, claro está, mientras ellos lo quisieron. Desde hace ya algunos años esta recibiendo su pensión, pero no por esto deja de laborar. Se va todos los días a cuidar el jardín de unas cabañas en la misma parcelación de la que se jubiló. Muchos pensarán que lo hace por bobo o por ambicioso; pero a esa edad las personas no quieren sentirse una carga o inservibles a la sociedad, además tiene que matar el tiempo, porque si se queda todo el día en la casa, mi abuela podría enloquecerlo.
    Será fácil encontrarlo pescando, es su mayor pasión, lo hace casi todas las tardes y su concentración en esta actividad ha llegado a tal punto que le han robado dos bicicletas mientras esta atrapando animales con su tarro y su nylon. La enfermedad en sus piernas -una tremenda úlcera varicosa- no le impide seguir su vida normalmente; trabajar, pescar, montar en bicicleta y, como todo hombre de la casa, arreglar cuanto objeto se dañe en el hogar. Mirar sus extremidades, en ocasiones, es doloroso, pero él nunca se queja, siempre asegura estar bien. Simplemente en las noches se sienta en la cama de la primera habitación de su casa, a mirar aquel viejo televisor, con su pierna cada vez más delicada sobre un banquito de madera, su habano medio encendido entre su índice y su corazón, a reírse de mi abuela mientras ésta arguye sobre cualquier error del día que acaba de pasar. Ese es el viejito de mi vida… Mi abuelo.

Cheli Melisa Llano Marín

  • MI BAÚL

    Cuando era una niña Superman me parecía un héroe de pacotilla. Para qué Batman, Acuaman o Flash si lo tenía a él y era mío. ¡Que conformista! Si lo veo ahora.
    Se parece mas a ese antihéroe mexicano de vestidura roja y corazón amarillo que dice sandeces divertidas y sus herramientas de lucha no tienen par. De hecho, ese es su apodo, Chapulín. Letra a letra entre más escribo y pienso se hace más grande su similitud. Sus huesos no se elevan mucho del suelo, aunque que puedo decir yo, su piel tiene una tonalidad bizarra, es escarlata. Supongo que de ahí viene el mote, aunque bien podía serlo por todo lo que habla o por su grandiosa manía de inventar las más descabelladas cosas.
    Alumbran sus rostro dos luceros verdes de los que sólo saqué la maldita triquiasis y “decora” la parte baja de su cara un mostacho que nos parecía muy feo, hasta el día en que decidió eliminarlo y con risa descubrimos que no tenía labios, extraño para alguien que usa tanto la boca, con suplicas le pedimos que lo dejara renacer.
    Su inagotable creatividad nos ha dado regalos que marcaron la época de juegos y travesuras, como aquel caballito de madera blanco que tanto disfruté. Por estos días colecciona latas de bebidas con las que tapizó la finca de extrañas veletas de viento.
    Para todo tiene una receta, que si el dolor de oído, “échele leche o un poquito de orines a eso” o como esa vez que me hizo lavar el cabello sin agua porque, según él, quedaba más limpio. Obvio no.
    En las tardes de sol se asoma al corredor y encoge sus piernas con los brazos atrás, tiene un silbidito particular, una tonadita inolvidable para anunciar su presencia. Cuando se baña sale a rasparse los talones en el cemento elevando los brazos para que el aire ayude a su desodorización.
    Por supuesto en su coloquial vocabulario están todas las frases típicas, esa inagotable cantaleta sobre su valor y la sapiencia de los años o el trauma por la música que escuchamos queriendo silenciarla con excusas inocentes como que los parlantes del computador no sirven para tal fin.
    No sabe que es la prudencia, le faltó un esfínter en la lengua que muchas veces lo ha castigado. ¿Pena, qué es eso? Creo que preguntaría. Nunca he visto que se le suba el color a la cara por algo, de todas formas no se le notaría.
    Ama tanto su automotor, obviamente rojo, que le compra shampoo de mujer para darle brillo a la pintura. Creo que todos le tenemos algo de celos a su “pichirilo”.
    Cada que come algo que tiene papel, al final hace un nudo de confite en este, rasgo que también le heredé, como su genio explosivo que tanto nos critican.
    Ahora a sus sesenta años, con la ansiedad de su pensión, a su pelo en una rebeldía juvenil le dio por formar una cresta, lo que no le disgusta mucho, nada raro en él.
    Ese es mi baúl, el que siempre nos sorprende con algo distinto, al que me gusta llamarlo por el nombre, o mejor, deformárselo y se enoja diciéndome que él para mi no tiene otro nombre distinto de “Papá”.

Silvana Escobar Arias

Nuestros Medios

Los siguientes son dos análisis de dos medios locales del Oriente Antioqueño: Inforiente y El informativo de oriente.
  • INFORIENTE: UNA LUCHA POR LA LIBERTAD

    Las experiencias propias son, en muchas ocasiones, las gestoras de los más grandes proyectos. Observar, ser el primero en contemplar el sol cada mañana y el último en ver el ocaso, desear escribir aún cuando no sabía leer… Nacer periodista. Para Emiro Marín, director de Inforiente, el periodismo no es su trabajo, es su hobby.
    Desde 1995 Emiro Marín estaba radicado en el municipio de El Peñol, Antioquia. Trabajaba como director de una emisora y tenía una licorera, que a fin de cuentas terminaba siendo su principal sustento económico. El 1 de abril de 2001 fue amenazado y obligado a salir del pueblo por negarse a pagar lo que se conoce como “vacuna”. Saquearon su negocio y, huyendo de la violencia, llegó a Rionegro.
    La internet apenas se empezaba a utilizar en el Oriente Antioqueño, sin embargo, el correo electrónico fue su forma de desahogo; escribió y compartió su tragedia con toda la lista de contactos que tenía. Sorpresivamente recibió muchas respuestas, tanto voces de apoyo como anécdotas similares. Se formó una cadena, un ir y venir de historias sobre conflicto, de experiencias, de nostalgia; después de tener almacenados más de 40.000 e-mails fue inevitable no pensar en un modo que permitiera darlos a conocer.
    Emiro Marín acudió a un ingeniero y amigo, Uriel Hurtado, para que le diseñara una página web donde se recopilara toda la información. Los correos seguían llegando, pero debían esperar a que las ocupaciones del ingeniero le dejaran un poco de tiempo para subir lo que iba llegando. Es esta situación la que lleva a Emiro a estudiar Diseño de Páginas Web. Con el nuevo conocimiento y el apoyo de quienes suministraban sus historias, Inforiente creció y se dio a conocer, exigiendo un cambio de formato y en convenio con la Facultad de Ingenierías de la Universidad Católica de Oriente, ésta enviaría a los practicantes al periódico para que se encargaran de dinamizar el esquema existente.
    En la misión de Inforiente, se contempla como público objetivo a los habitantes del Oriente Antioqueño que residen en el exterior. La idea es que estén informados de lo que pasa en sus pueblos, y que no se pierda el sentido de pertenencia hacia sus localidades. Emiro Marín, que además de periodista se desempeña como fotógrafo dice que con las imágenes busca que la gente diga “éste es mi pueblo”. Sin embargo, con el auge creciente en el uso de la internet, ese público objetivo abarca cada vez más población.
    Son los “colaboradores”, como los llama el director, a quienes se les debe el funcionamiento del portal. Ellos son las personas que desde los 23 municipios del Oriente envían información al periódico, o notas de interés para que sean redactadas allí. Esta labor es fundamental debido a que Inforiente no cuenta con mucho personal para el cubrimiento de toda la región. Hay un ingeniero, el que esté haciendo la práctica de la Universidad Católica y el que se encarga del diseño del portal; la esposa de Emiro Marín, que hace un periodismo que él llama Periodismo Web, es decir, ella a diario revisa qué noticias hay sobre el Oriente en las diferentes páginas de Internet y las recopila en el periódico; su trabajo es tan arduo y confiable que Emiro Marín asegura que lo que haya en la internet de la región, está en Inforiente. El resto de personal, además de Emiro obviamente, son los practicantes y los “colaboradores”.
    Actualmente el periódico se encuentra dividido temáticamente: Crónicas, Cultura, Deportes, Economía, Derechos Humanos, Educación, Entretenimiento, entre otras; Municipios: cada uno de los 23 municipios del Oriente tiene su espacio particular. Es aquí donde normalmente se copia la información que se obtiene por medio del Periodismo Web y donde se sube lo enviado por los “colaboradores”; Clasificados: Empleo, Vehículos, Propiedad Raíz, Arriendo, Ofertas Varias; y Galería de imágenes: cada municipio del Oriente tiene un archivo de fotografías, tanto de la infraestructura como de las fiestas que se realizan. Algunos medios impresos de la región, tienen un espacio en la plataforma de Inforiente para subir sus ediciones escritas. Cada periódico publica lo que quiera, la única restricción es que no se suban publicidad ni propaganda.
    Esta condición -evitar la publicidad y la propaganda- se debe a que Inforiente no está afiliado a ningún partido ni comparte ninguna ideología. En el Artículo 19 de la constitución, que además acoge otros decretos internacionales, está consignada la libertad de expresión, que es la ley que cobija gran parte de las políticas del periódico. Esta característica ha traído dificultades económicas para Inforiente, ya que no recibe patrocinios por parte de ninguna alcaldía o partido. Los ingresos económicos del periódico virtual son los que Emiro Marín aporta a partir de los contratos extras. La situación económica se ha complicado, hasta el punto que el director ha pensado incluir pautas publicitarias y hasta aceptar alguna de las propuestas de institucionalización que le han hecho entidades como la Gobernación de Antioquia.
    Como el mismo Emiro Marín lo dice, es evidente que esta decisión condicionaría la información que durante 8 años se ha manejado independientemente. Todos los medios del Oriente están vinculados con alguna ideología, y es difícil conservar lo que él llama “puritanismo”, refiriéndose a la imparcialidad. “Éste es el único medio del Oriente que no le pauta a Cornare”, y si acepto esa publicidad serían 700 mil pesos que ayudarían al sostenimiento del periódico. Como opciones para obtener ingresos, ha pensado en hacer un alterno amarillista, es decir algo que no afecte a Inforiente, pero que le genere ingresos, o aun, una página pornográfica, aunque sólo son ideas.
    Otra consecuencia que trae la falta de dinero es la restricción en las visitas. Si al mes más de 40 mil personas visitan la página, se le cobrará un valor extra. Cuando esto sucede, lo que se hace es cambiar los datos de los vínculos que llevan a la página, para que los servidores no la encuentren con facilidad. Por ejemplo, en agosto de 2008 las visitas fueron 42.697, aplicado el ejercicio anterior, para el mes siguiente fueron de 25.732. La constante en este momento son unas 2 mil visitas diarias y los porcentajes varían alrededor de 54% en Colombia, 25% de Estados Unidos, y el 21% de otros países, especialmente España, China y Alemania.
    El creciente reconocimiento del medio se debe, en gran medida, a la implementación de servidores. Primero sólo había uno en Medellín, por lo que en Europa y el Medio Oriente era difícil ingresar a la página. Ahora hay uno en Bogotá que se encarga de la señal para todo el país, uno en Atlanta para Latinoamérica, otro en Nueva York para Estados Unidos y Europa, y el último en Casa del Rey que se ocupa del hemisferio oriental.
    “Estudio, divulgado en Chicago durante la convención anual de la Asociación muestra que uno de cada tres usuarios de Internet -equivalente a 55 millones- visita algún periódico virtual cada mes, y los lectores son cada vez más jóvenes.”
    [1]
    Una de las expresiones más recurrentes en la misión, la visión y el propósito del periódico es “Tejido Social”. El director, al referirse a ésta, abre sus ojos y dice “eso es importantísimo”, pues afirma que es lo que primero se acaba con la violencia. Dada la forma como surgió el periódico, un desplazamiento, el conflicto armado se convirtió en el protagonista de las historias publicadas, “hay un compromiso con las víctimas”. Pero cubrir noticias como desplazamientos, masacres, tomas guerrilleras, o cualquier otro tema relacionado con la violencia, no es fácil para los periodistas. Afortunadamente la FLIP (Fundación para la Libertad de Prensa) les ofrece un continuo respaldo, los capacita sobre la forma adecuada de llegar a las víctimas y tiene un grupo de psicólogos al servicio de estos periodistas.
    El formato de la plataforma actual está desde el 5 de mayo de 2007, es dinámica, completa y organizada. El portal también incluye unos blogs. Cualquier persona que lo desee puede crear uno y publicar al menos un artículo semanal, también tiene espacio para un chat, pero en este momento está deshabilitado por el ancho de banda y los costos que implicaría. Lo que se busca al aumentar los ingresos económicos es financiar un periodismo más investigativo, capacidad de pago al hosting (“es el servicio que le ofrece un espacio donde alojar su página en Internet y ver sus correos electrónicos”
    [2]) para aumentar el ingreso de las visitas, contratar más personal, en pocas palabras, superar las falencias actuales causadas por falta de recursos.
    Todos los domingos al medio día se cambia la edición, no hay un número fijo de artículos, todo depende de la participación comunitaria y del tiempo del director, editor, mensajero, financiador… Emiro Marín. “Vender a Inforiente sería como vender un hijo”, ojalá en el camino aparezca otra forma para superar esta crisis económica, diferente a la que implica parcializar la información, para continuar así con el libre ejercicio del periodismo.
    [1] Visitas a periódicos virtuales crecieron un 21 por ciento. En: http://www.mariomorales.info/?q=node/536
    Última Visita: 23 de abril de 2009
    [2] http://www.hostdime.com.co/
    Última Visita: 23 de abril de 2009
Cheli Melisa Llano Marín
  • MANOS INEXPERTAS COMPROMETIDAS CON LA LABOR INFORMATIVA

    A pesar de que La Ceja Antioquia es un municipio relativamente pequeño, cuenta con tres emisoras radiales. Radio Capiro, en los 1460 AM, Oriente Estéreo, en los 97.3 del FM y Celeste Estéreo, en los 105.4 FM. Está última tiene algunas característica muy particulares; y es que aparte de ser una emisora comunitaria, pero perteneciente a la Basílica Menor Nuestra Señora del Carmen, y de estar bajo la dirección del Padre Juan David García -Sacerdote de la Basílica-, el eslogan de la estación radial dice “Una emisora que informa, divierte y conecta con Dios”. En primer lugar, quiero exponer que la diversión, al igual que la belleza, hacen parte de la subjetividad de cada persona, por lo tanto cada quien lo ve y lo percibe de manera distinta, así que no me siento en capacidad de juzgar la parte “divertida” de la emisora; en segundo lugar, no he sentido la conexión con Dios al escucharla, pero tal vez exista alguien que sí la haya sentido, así que tampoco me entrometo en los asuntos comunicacionales de la estación con el paraíso o el más allá -cosa que ni siquiera la Internet ha logrado- pero como “La fe mueve montañas”, también podría “conectar con Dios”. Así que me centraré en “Una emisora que informa…”. Quiero aclarar que, aunque son varios los espacios que pueden cumplir de una u otra forma la función de informar –como Proyección o el programa de Empresas Públicas- será sólo uno de ellos el objeto de este análisis.
    El 20 de enero de 2003, se emite por primera vez, bajo la dirección de Ricardo Bedoya, un noticiero llamado “El informativo de Oriente”. Estuvo al aire hasta el 2006, año en el que su director se retira para colaborar con el Laboratorio de Paz del Oriente. En los dos años siguientes, Celeste Estéreo emite un noticiero llamado “Conexión informativa”, que contaba con la dirección de Guillermo Carmona. Para finales del 2008, después de su paso por el Laboratorio de Paz, y una corta estadía en Venezuela, regresa a la estación Ricardo Bedoya, dando fin, así, a “Conexión Informativa”; su regreso marcó el comienzo de una nueva era de “El informativo de Oriente”.
    La primera emisión del “Informativo de Oriente”, después de una ausencia de dos años, fue el 26 de enero del 2009. Retomó la dirección Ricardo Bedoya, y mediante una convocatoria que respondió al nombre de “Productores de medios por la paz”, fueron escogidos “los reporteros de la red informativa”, como son denominados en el noticiero.
    Dan las 11:45 AM, y ya hay todo un equipo listo para salir al aire con las noticias del municipio y de todo el oriente antioqueño. Para gran parte de los hogares a los que llega la señal de la emisora y la sintonizan, se hace casi imposible no escuchar “El Informativo de Oriente”, ya que va inmediatamente después del programa del padre William Ramírez (quizás una de las formas en que la emisora divierte a sus oyentes) el equivalente al “Padre Chucho” que tanto quiere y admira nuestro país conformista.
    A pesar de que “El Informativo de Oriente” sale al aire por la emisora Celeste Estéreo, ésta no financia ni patrocina éste espacio. Pero como todo programa –radial y televisivo- no podría sobrevivir sin unos patrocinadores, por eso Cornare, Droguería Profamiliar, Disco Billar, Centro de servicios San Felipe, Gimnasio Sólo Salud, el Politécnico Interamericano y Empresas Públicas de La Ceja, son quienes hacen posible que al medio día llegue a muchos hogares cejeños y de oriente la información municipal y regional.
    El equipo de trabajo de “La Red Informativa” está conformada por ocho personas: Laura López, Valentina Gálvis, Verónica Ríos, Fernando López y Dany Román, como reporteros; César Valencia, editor de noticias; Ricardo Bedoya, director, y Adriana Aguirre que, aunque no hace parte directa del equipo de trabajo del noticiero, es la encargada de los controles en la emisora.
    Lo curioso de este grupo de personas, es que ninguno tiene experiencia en la tarea de informar. No hay periodistas ni comunicadores en este grupo, sólo Verónica tiene un Diplomado en Comunicación Ciudadana, el resto de ellos son jóvenes con muchas ganas de servir a la comunidad, pero que todavía no tienen el grado de responsabilidad y madurez que requiere la difícil tarea de informar. La responsabilidad social que están cargando estos muchachos es mucho mayor de lo que cualquiera se imagina. Pero más que un trabajo, para ellos “El Informativo de Oriente” es una escuela, donde todos los días, su labor y las experiencias les enseñan un poquito más y los lleva a una mayor madurez.

    Pero algunos de ellos también se están preparando en el hermoso oficio de la comunicación y el periodismo. Ricardo Bedoya y Dany Román, actualmente cursan tercer semestre de comunicación social en la Universidad Católica de Oriente, y César Valencia hace su primer semestre de comunicación social–periodismo en la Universidad de Antioquia. Quizá la inexperiencia los pueda librar de la responsabilidad que aún no han tomado completamente por no asumir un rol de periodistas o comunicadores –refiriéndose a la parte profesional- pero cuando se dieron a la tarea de informar, adquirieron un compromiso social que van a ir afianzando y comprendiendo con su experiencia y formación académica.
    Hay que resaltar que el noticiero está muy bien estructurado, pero basta escuchar las voces, aún de niños, de algunos de sus reporteros, y el lenguaje que utilizan en sus notas –carente de muchas de las características del lenguaje periodístico radial- para darse cuenta que, no es que nos estén ofreciendo un mal noticiero, sino que no es del todo bueno.
    Aún así, con todas las cosas que hay por corregir, “El informativo de Oriente” sigue siendo bienvenido en los hogares cejeños; además de que no tiene influencia religiosa, a pesar de emitirse por la emisora parroquial, ni preferencias políticas. Respecto a esto, César valencia afirma que tratan de ser lo más imparciales posible, y que si hay que tirarle al alcalde u otra persona importante, se le tira igual de duro que a cualquier otro.
    Ya que al parecer el oriente carece de un ejercicio serio, responsable y conciente del periodismo, esperemos que estos novatos, con su aprendizaje empírico, muestren que sí es posible un ejercicio serio y conciente.
    Ellos no son profesionales y, aun así, hacen un trabajo maravilloso por la comunidad. Igual, no podemos exigir calidad si los medios “más reconocidos y serios” como el periódico el Rionegrero, que se supone es el más reconocido e importante de oriente, carece de calidad en redacción e información, aparte de ser superficial, subjetivo y vendido. Su propia gerente, Luz Estela Serna, declaró, en una entrevista que le realizó la comunicadora Erika Ramírez, que ellos trabajan por intereses y según sus conveniencias políticas o económicas y aseguró que la objetividad es imposible en el periodismo.
    ¿Será que en el oriente Antioqueño no hay periodistas o no hay un verdadero compromiso con la sociedad? Pues, mientras se demuestre lo contrario, “El informativo de Oriente” seguirá siendo “Su voz, la voz del oriente antioqueño”.
Eisen Hawer López Chica

Ciudad Crónica

Los siguientes son dos reflexiones apartir del cortometraje Colombiano de Klych López, Ciudad Crónica.
  • EL NEGOCIO MÁS RENTABLE

“Vender, vender, y vender”, de eso se trata el periodismo. O por lo menos de eso se trata en un país en el que estamos acostumbrados a creernos todo lo que nos dicen, a comprar todo lo que nos ofrecen y a pensar lo que nos dicen que pensemos. Hace poco leí en un comic llamado Robot, algo que decía “Mentir está bien. La gente es estúpida y hay que decirles que pensar”. Quizá quien lo lea podrá ofenderse y creer que no es cierto, pero por más que nos duela, es un fiel reflejo de lo que somos.
El compromiso del periodista es con la verdad y, obviamente, con la sociedad. Pero muchas veces toda esa ética que nos enseña la academia, se pierde en el camino del ejercicio. La necesidad de tener un trabajo estable es la que impulsa a un periodista a venderse, a dejar a un lado su verdadero compromiso profesional y ser el idiota útil de quien le da el sustento. Unos por necesidad, otros por simple avaricia; parece que el destino del periodista fuera ser parte de una ideología y seguir intereses propios y de quien se los impone. Pero es exagerado generalizar. Yo no pienso que los buenos seamos más -ni siquiera se si estoy catalogado dentro del grupo de “los buenos”- de hecho, creo todo lo contrario. Pero también sé que aún hay periodistas que le siguen guardando fidelidad al público, a la sociedad; periodistas que le siguen apostando a la verdad y a su responsabilidad social. Claro que en nuestro hermoso país asesino, eso siempre va a ser arriesgado y un acto casi suicida, pero hay que tomar el riesgo, teniendo en cuenta que le servimos un poquito más a la sociedad si estamos vivos. El problema es que siempre va a haber una competencia, no por quién da alguna noticia, sino por quién la da primero. La primicia, para mi, la muy detestada primicia, que siempre está condicionando y calificando la labor periodística. El medio más eficiente siempre va a ser el que primero dé la noticia. Es una tarea casi imposible cambiar esa concepción, ya que lo que la gente ve, lee y escucha, está en constante lucha por la anhelada primicia.
Ciudad Crónica nos da una leve ilustración de lo que no se debe hacer. Ya sabemos que lo que más vende es un titular llamativo, una imagen del, o los muertos, del atentado, del accidente. La gente busca algo que le dé mucho de que hablar y con que alimentar el morbo por unos segundos; pero cuál es el verdadero aporte social si lo que buscamos es vender con noticias ficticias y especulaciones. De que nos sirve tener una primicia si no sabemos la información completa. Para quien la quiera aprovechar, sabrá modificarla y terminarla a su gusto y conveniencia, pero si la labor periodística de verdad quiere aportarle bueno algo a las pervertidas mentes de la sociedad, hay que empezar por cambiarles la cara de la realidad. No estoy diciendo con esto que hay que mentirles u ocultarles lo que sucede, más bien, mostrar el otro lado, lo que los medios que se pelean no muestran por estar ocupados en su constante e infinita búsqueda de la primicia.
El periodismo, fácilmente, podría ser el negocio más rentable del país, claro, si no existiera el narcotráfico y las pirámides. Y es que aparte de vivir en un país marcado por una historia violenta, es un país masoquista que siempre está buscando ver muerte y desastres, por eso acuden a medios superficiales. Claro que ese periodismo amarillista es válido, no podemos quitarle a la sociedad lo que quiere consumir; el país podría perturbarse sin su dosis diaria de sangre, violencia y Amarillismo. De todas formas, siempre habrá alguien cansado de ver lo mismo y llegar al punto de la insensibilidad ante hechos trágicos, y busque algo que no esté mostrando el lado “sensacionalista” de los medios o de la realidad.
Los que queremos hacer una verdadera labor informativa y aportar al cambio, casi imposible, del país, probablemente estemos condenados a morirnos de hambre si lo único que sabemos hacer es un excelente trabajo periodístico. Eso podría terminar cuando ya no tengamos a quien ganarle.
Eisen Hawer López Chica.
  • OFICIO DE PASIONES

Más que analizar los personajes, apiñar datos sobre el director, los actores, críticas y galardones, o hablar de todas esas cosas que suelen analizarse después de ver una película, de Ciudad Crónica quiero plasmar sensaciones, esas que a veces hay que poner a un lado para, desde la labor periodística, retratar la realidad; otras tantas son aliadas, ayudan a pintar paisajes escritos de lo que vemos y queremos transmitir; emociones que nos genera y hacemos despertar con el oficio ambivalente del periodismo.
Se tiene que estar un poco loco, o, al menos, ser de algún modo diferente, si se quiere dedicar la vida al periodismo. A muchos nos ha pasado que cuando la familia o personas cercanas indagan sobre las aspiraciones profesionales futuras y escuchan de nuestros labios un entusiasta ¡quiero ser periodista!, sin medir exageraciones reclaman: ¿periodista?, pero si en eso no se gana dinero, no va a ser nadie, le toca correr muchos riesgos, la pueden hasta matar…
Quizá sea cierto, pero así como los cirujanos sienten pasión por cortar la piel, ver la sangre deslizarse, sentir los peores olores humanos y enfrentarse con las enfermedades más crueles para tratar de aliviar los dolores, los periodistas amamos estar de frente con la realidad, incluso con la más grave, ensangrentada y lastimada, contarla es nuestra manera de intentar curarla.
Decidir ser periodista es el primer obstáculo de los tantos que se nos pondrán en el camino. Las confusiones morales, problemas concretos y enemigos, visibles e invisibles siempre estarán ahí. En la academia los ideales están claros, pretendemos salir de la universidad para cambiar el mundo, sentimos que tenemos el poder y las convicciones muy claras, pero ¿que pasará el día en que un fajo de billetes morados se nos ponga en frente? O ¿si a falta de éstos tenemos que trabajar en un medio que sólo se hace con el fin de vender?
Es claro que, siguiendo la premisa básica del oficio de trabajar por y para la gente, deben existir diversos tipos de periodismo, elitista, político, farandulero y hasta el llamado amarillista. Así como el periódico ficticio Ciudad Crónica, que le da nombre el cortometraje, existen muchos reales que diariamente ofrecen de plato fuerte a la muerte, en todas sus preparaciones y diversidad de ingredientes. El sufrimiento vende, por eso muchas veces ese tipo de morbo se vuelve el negocio y el fin. Haciendo a un lado el gusto por ese tipo de tópicos y el negocio que se hace con éstos, hay que reconocer que también es necesario que eso se cuente, se sepa, se denuncie. En qué forma se hace es algo que tiene a decisión de cada periodista y de las convicciones que le queden.
Seguramente, en unos años, algunos de nosotros estemos al servicio de esos periódicos, convertidos en Rocos y “batiperras”, cazando muertos por toda la ciudad, o siendo Matías y Mauricios con maneras de hacer periodismo diferentes, pero finalmente buscando más cadáveres, tal vez presentando noticias de belleza y estrellas de cine en la sección de farándula; lo más importante es que, si algún día somos eso, lo hagamos con conciencia, intentando servir, con calidad, sin olvidar que decidimos ser periodistas porque sentimos pasión por el oficio.
Silvana Escobar Arias.

Se fue sin decir adiós



En memoria de Julián Restrepo Marín



En ocasiones es difícil aceptar nuestro destino, levantarse y continuar el camino después de un golpe fuerte, cuando se queda sin esperanza, y parece que el mundo llega a su fin…
Era 17 de marzo. Nacía la segunda semilla de un amor bizarro, y era lo que todos esperaban, un varón. La felicidad se reducía a los rostros de Juan y Emilse, padres nuevamente; su primogénita ya tenía cinco años, pero no les importaba comenzar una vez más esta labor.
Emilse era una mujer dedicada a su hogar. Había hecho sus locuras cuando estaba más joven, pero ahora su motivación era velar por el bienestar de sus hijos. Juan proveía el sustento económico de la familia, mientras Nathaly y Julián crecían en un ambiente estable y feliz. El orgulloso padre disfrutaba las primeras palabras, los primeros pasos, sonrisas y el cariño de su heredero. Trabajaba todo el día. Era una larga jornada para poder llegar donde su familia; mientras tanto su esposa se ocupaba del hogar, de las tareas de Nathaly, la protección de Julián, y tener la comida lista para cuando él llegara.Habían transcurrido ya unos dos años desde aquel 17 de marzo, y un pasado que él creía curado vino de visita a esta familia, poniendo esa estabilidad que se había tenido, en la cima de una empinada montaña. Juan fue puesto en prisión, por un crimen que se suponía estaba pago y claro ante la ley.La angustia se apoderó de estos cuatro corazones. Un padre privado de su libertad no puede hacer nada por su núcleo, es impotente ante la situación, y a una madre, desconsolada, sólo le queda correr a los brazos de su progenitora, el único lugar donde puede estar mientras pasa la tormenta. No tenía dinero, ni casa, ni trabajo, todo eso estaba ahora tras los barrotes de una celda. Los días pasaban, y al ver que la situación no se resolvía, resignada, decide empezar a buscar una escuela para sus hijos.
Ella había salido de la casa de sus padres, aquella finca en San Vicente, con la intención de volver sólo de paseo; pero el destino no tenía planeado eso, y ahora estaba buscando un cupo para sus hijos en la misma escuela donde ella estudió.
El cambio de vida era fuerte, desde la educación, porque los recursos de las escuelas rurales son escasos, hasta la rutina diaria de las labores del hogar.Esta era una casa grande, construida en tapia. En sus amplias mangas había vacas, cerdos, gallinas, un típico hogar de campo. Detrás de la casa pasaba una quebrada; a sus alrededores habían arboles de guayabas, y cada que se podía aprovechaban las tierras cultivando toda clase de alimentos.El tiempo corría y aquel inconveniente que se creía pasajero, se extendió cuatro años. La imagen paterna, en especial para el niño, había sido su abuelo. Pasaban mucho tiempo juntos, se podría decir que se amaban. Para un anciano de setenta años es grato compartir con un niño, más aún si es su nieto y más aún si ese nieto no lo ve como un abuelo sino como un padre; eran cómplices de travesuras, el viejo se volvía niño para hacer feliz a Juliancito, como él lo llamaba. Pero como si no fueran suficientes los golpes, el amado abuelo murió.
Era un hecho que se esperaba desde hacia unos meses, por el delicado estado de salud del anciano, sin embargo, la tristeza no se puede ocultar, y menos en aquel niño que acababa de perder a su padre.
Pasó casi un año después de este incidente. La herida seguía abierta, pero las cosas parecían mejorar, Juan estaba libre, su alma era la que apenas empezaba a aprisionarse.
Al salir de la cárcel, como es de esperarse, estaba desubicado; pero tenía que reponerse rápidamente para buscar un empleo y regresar a su familia la tranquilidad arrebatada. Mientras esto se daba permaneció también en la casa de su suegra, allí encontró una esperanzada mujer, una hija algo tímida, pero más que todo, un hijo tratándolo como a un desconocido. Por más que Emilse les recordara a sus pequeños que tenían un padre ansioso de verlos, es imposible para un niño de seis años reconocer a un hombre como su padre sólo porque se lo digan; estaba muy pequeño cuando él se marchó, no podía recordarlo.A este hombre, afligido por un desprecio del cual sólo el destino era responsable, se le comienzan a complicar las cosas. No encuentra un trabajo y en aquella finca de San Vicente la economía se empieza a ver afectada, eran muchas personas para los ingresos que se recibían.
Nathaly se la pasaba estudiando y en sus ratos libres jugaba con los primos que vivían cerca. Julián también estaba en la escuela, nunca fue el más dedicado a las labores académicas, pero de alguna forma se las arreglaba para ganar los pocos años que cursó. Él, en cambio, pasaba más tiempo jugando sólo que compartiendo con otros niños, parecía que le agradaba la soledad. Se subía a los árboles y decía que iba a llegar hasta donde su abuelo, correteaba diciendo que era un guerrillero, y haciendo cosas no muy comunes para un niño de su edad.
Los soles y las lunas de cinco meses pasaron por la finca que guardaba los secretos de la familia. Juan trabajaba en lo que le ofrecieran, nada estable, pero cualquier ayuda era una bendición muy bien recibida.
Un domingo, 17 de octubre, la abuela como de costumbre salió para la iglesia con todos sus nietos, todos, menos Julián, él decidió quedarse con sus padres en aquella casa enorme. Se asomaban las cinco de la tarde sobre el horizonte. El sol bajaba en medio de las dos montañas que quedaban en frente de la morada, eran 60 metros cuadrados para tres personas. Emilse y Juan estaban acostados, veían televisión tranquilamente, mientras el residente faltante, jugaba solitario por aquellas mangas.
Entraba ya la noche y Emilse salió por su pequeño. Le gritaba, como cualquier madre, esperando la respuesta, lo hizo una vez más, pero no recibió respuesta; en ese momento sólo pensó que el niño en medio de sus juegos se fue demasiado lejos, donde su voz no alcanzaba a llegar. Caminó varios pasos mientras continuaba llamándolo; su corazón comenzó a acelerarse. Era un espacio muy grande para un ser tan indefenso. Regresó a la casa en busca de su esposo. Éste, como cualquier padre lo hubiera hecho se levantó y la ayudó, pero no creyó que fuera algo tan grave como para desesperarse. Ambos gritaron, llamaron, caminaron. Los minutos corrieron, llevaban casi una hora en su búsqueda y no hallaron respuesta. Juan, quien era el que trataba de calmar a Emilse en su incontrolable angustia, también comienza a exasperarse. Quedó claro que dentro de la casa no estaba, y que no era una broma que les estaba jugando, había pasado mucho tiempo para esto. Habían buscado en cada rincón, debajo de las camas, detrás de las puertas, en los inmensos prados, así que la última opción fue salir de la finca. En el campo las casas están separadas considerablemente, por esto pensaron que el niño podía estar con un vecino y que los gritos de sus padres no llegaron hasta allá. Se dividieron las casas cercanas para buscarlo. Pasaron varios minutos, y ambos iban corriendo, preguntando, pero cuando se volvieron a encontrar, ninguno tenía razón, sólo había ya decenas de personas en las calles ayudándolos a buscarlo.No sabían qué más hacer, no sabían donde más buscar. Regresaron a la casa guardando la esperanza que el niño hubiera vuelto, que los estuviera esperando, jugando solitario en el lugar donde creció.
Entraron a la finca. Angustiados caminaron unos cuantos pasos sobre aquel inmenso prado, y antes de llegar a la casa, tras una pequeña casucha hecha de madera, donde se guardaban rebujos, los esperaba su hijo quieto, estático. No era así como esperaban verlo. Tenía una cuerda amarrada a su frágil cuello y colgaba de la baja rama de un árbol.
Corrieron hacia él y estaba morado, casi negro, pero ellos decían sentirlo respirar, con la velocidad que sus cuerpos invadidos de temor les permitía, salieron a la calle en busca de un carro que los llevara hasta un hospital; el más cercano estaba a unos cinco kilómetros, y aunque hubiera uno más cerca, ya era tarde. La vida de su hijo, de su semilla, de su pequeño, corrió ante sus ojos y se fue, al igual que su sueño de bajar la estabilidad de esa montaña en la que se había trepado. Eso era lo que el destino les tenía preparado. Afortunadamente el tiempo ha ido sanando aquella herida. Su hijo está presente en todo momento; pero ahora el hecho se recuerda, aunque con unas cuantas lágrimas en el rostro, con menos dolor.
Actualmente la familia vive en Guarne, Juan tiene un trabajo más estable, y están tratando de conseguir su casa propia. Nathaly ya esta cursando noveno, y Emilse está, una vez más, dedicada al hogar. Hace dos años llegó un nuevo integrante, Mateo, no como un reemplazo del hijo que se fue, sino como un tercer hijo, con el que desde siempre había soñado la pareja.
El pasado 17 de octubre, regresaron al cementerio de San Vicente por los pequeños huesos de Julián, la prueba tangible para el mundo, de que hay un angelito cuidándolos desde el cielo.




Cheli Melisa Llano

La pared y la muralla...


“Ver y no tocar se llama respetar”, golpea la puerta tres veces y con suavidad, agradece a quien te sirve, respeta a tus mayores, saluda, no arrojes basuras a las calles. Éstas son sólo algunas de las frases típicas que solían decirme mis padres y maestros cuando era una niña. Fueron muy efectivas porque aún permanecen ancladas a mis recuerdos, casi todas las cumplo, sino lo hago siento que desilusiono con mi comportamiento a quienes quisieron que éste fuera bueno. De todas esas típicas palabras paternas, un refrán popular es el que más me llama la atención, tal vez fue en el que más enfatizaron cuando los lapiceros y marcadores se convirtieron en mis delicias: “la pared y la muralla son el papel del canalla”.
Quizá conmigo funciono el adagio, pero la fachada de muchas estructuras en las ciudades y, por supuesto, municipios del Oriente antioqueño, demuestran lo contrario.
Los mensajes van desde lo simple, en dos contextos diferentes: los espacios y el contenido, hasta complejas expresiones de pensamientos políticos que hace la ciudadanía y registros tristes de la violencia que le ha tocado padecer a esta subregión.
Parece imposible escapar a la tentación de estampar las paredes, sillas de busetas, escritorios universitarios, baños y casilleros, mínimamente con el nombre que nos adorna; pero esa tendencia del hombre a marcar, sobre todo los muros y paredes que le rodean, no es nueva, prueba de ello son las cuevas de Altamira en España y de Lascoux en Francia que cuentan como treinta mil años antes de Cristo ya los primitivos, en sus necesidades básicas de comunicación, usaban la pared natural para registrar su trasegar. Podría decirse que la ausencia de papel justificaba los grabados en las cuevas, pero aún con la aparición de éste, el instinto de expresarse modificando la arquitectura ha permanecido.
Los espacios donde habitamos individual y colectivamente se convierten en parte fundamental de nuestra identidad y la de la comunidad completa, por eso son referentes puntuales de convergencia y reconocimiento social.
Diversas campañas públicas y, los ya mencionados, consejos, intentan concientizar la ciudadanía en pro de la conservación de los lugares y bienes comunes. Se habla de sentido de pertenencia y apropiación que en este caso se traduce en paredes bien pintadas, sillas limpias y puertas engalanadas sólo con el color del material del que están hechas. Se idealiza la ciudad o pueblo como un templo arquitectónico del que sólo son ofrendas las mismas estructuras.
Pero tal vez ese sentido de pertenencia, esa apropiación, sea justamente, aunque muchos censuren el método, los diversos mensajes, nombres, consignas y símbolos que invaden los sitios que más frecuentamos, queremos, a los que pertenecemos.
Todos tenemos un nombre que, en un principio, se nos asigna para diferenciarnos, pero que, sobre todo, nos identifica. Justamente este es una de las apariciones más recurrentes en los lugares que entendemos como nuestros, vale pensar que esto se hace como una manera de marcar territorio, de decir: mi nombre, mi espacio. Es nuestra forma de vivir el entorno, nuestra ciudad imaginada como dice Armando Silva en Identidades urbanas en América Latina e identidades globales. “La ciudad imaginada es aquella que afecta el uso de la ciudad real, es decir, con el urbanismo que tenemos en nuestras mentes usamos la ciudad, la evocamos y construimos identidades”.
Desde la organización, los objetos, lugares, e incluso establecimientos de las ciudades y pueblos están pensados para fines específicos, generalmente muy prácticos, pero la realidad es que los habitantes les dan usos variados y distintos. Las calles, pensadas superficialmente, son para garantizar la movilidad de las personas, pero es bien sabido que éstas tienen una gran importancia para los grupos que habitan la región, su comunicación interpersonal y consumos culturales; los atrios, sitios concebidos como espacios donde están habitualmente las iglesias y monumentos de próceres y héroes locales, se vuelven puntos de encuentro, de observación, de convivencia.
En el municipio de Rionegro, en un espacio de gran afluencia y relevancia, como lo es el parque principal, la mayoría de los mensajes escritos en las paredes contiguas a la iglesia o sobre el busto que imprime un toque de seriedad al lugar, son hechos por sus tribus urbanas. Generalmente aprovechan la ironía del sitio para expresar sus inconformidades políticas, religiosas y sociales.
Pero no sólo palabras de insatisfacción se leen en las fachadas de Rionegro, los grupos también utilizan este medio para mostrar sus inclinaciones, gustos y fanatismos, así en innumerables paredes se pueden observar siglas como LDS (Los del sur) y RXN (Resistencia norte), principales barras de los dos equipos de fútbol más importantes del departamento, Atlético Nacional e Independiente Medellín. La rivalidad entre sus hinchadas es tradicional en la zona, por ello utilizan medios para comunicarle al otro sus sentimientos y presencia. Mi territorio, mi equipo.
Hace poco más de una década, una telenovela llamada Yo amo a Paquita Gallego, mostró y a la vez dio idea de cómo las paredes también son cómplices de los enamorados. Su protagonista armado de aerosol y pasión infestaba cada espacio con su declaración anónima.
En el Oriente el amor se roba también buena parte de los espacios marcados, principalmente y cambiando el escenario, son las sillas del transporte público, los casilleros y puertas de baños los que intentan transmitir un piropo, admiración o desilusión de orden romántica. Siempre se guarda la esperanza de que el generador del cariño pueda observar la proeza que inspiró, así se hubiese escrito donde la otra persona no lo pueda ver…El amor hace que los sentidos se enloquezcan un poco, sino pregúntenle a la amante de Edison que estampó sus sentimientos en el baño de mujeres en la U. de A…



Silvana Escobar Arias

Coro de Ángeles


A Natalia R. quien, independientemente de sus gustos, compartió, vivió y disfrutó conmigo esta inolvidable experiencia. Y a mi hermana Erika, quien se enorgullece de hacer parte de historias como esta.



Cansado de leer crónicas de muertes, secuestros, desplazamientos, prostitución y drogadicción, hoy expongo otro lado de lo que hay y lo que somos en el oriente. Porque no significamos muerte y violencia, somos territorio de paz y de cultura.
El pasado 8 de marzo se realizó en La Ceja el Rocker’s Fest en las instalaciones de Gabana ubicada en la Zona Rosa. Interface, Grotesco, Mala Muerte, Grito, Johnie All Star, Supermasivo, Tom Sawyer y Nueve Once, fueron las encargadas de el festival más importante de Rock And Roll que se halla celebrado en este municipio.
A pesar de haber asistido a muchos conciertos, puedo asegurar que este ha sido el mejor. Es hermoso y gratificante ver jóvenes de Rionegro, La Ceja, Marinilla, El Carmen de Viboral, El Santuario, El Retiro y Medellín, unidos en una misma voz, compartiendo el mismo sentimiento y protagonizando esta historia que ahora comparto con ustedes…

Una larga fila se observa. Alrededor de tres cuadras de peinados estrambóticos, vestimentas negras la mayoría, correas de taches, piercings, botones, manillas, tatuajes, cadenas, bolsos… parece la descripción de una venta de garaje; para el común de la gente, son sólo un montón de muchachos rebeldes y satánicos esperando para entrar a hacer uno de sus acostumbrados rituales escuchando música Metálica. Pero lo que no saben es que Metálica no es un género musical, ni un tipo de música, es una banda, una de las mas grandes y legendarias, una de las que hoy muchas agrupaciones se vanaglorian de rendirle tributo como “A Tribute to the Four Horsemen”* y que todos esos jóvenes vestidos de negro y cabello largo, no van para un culto de adoración al demonio. Esa larga espera es para un concierto de Rock.
Por fin se abren las puertas. A la entrada se paran imponentes tres o cuatro policías dispuestos para requisar hasta el último bolsillo de cada uno de los jóvenes que vamos a entrar. Nos tratan como delincuentes; parece una gran redada en la que esperan encontrar multitudes de armas blancas y de fuego, pero ante la impotencia de no poder encontrar lo que esperan –aunque no falta el atravesado que carga su cuchillo en la media o debajo de la camisa- decomisan correas, hebillas, botones, cadenas, botellas de agua y comida. Todos los que entremos lo haremos con las manos casi vacías, al igual que nuestros estómagos –la mayoría- pero esto no va a restar energías para el gran espectáculo que nos aguarda.
Al fin llega ese momento tan ansiado. Doce cuerdas divididas en dos guitarras. Distorsiones que se mezclan en el aire con el retumbar de un bajo y el escandaloso ruido de una batería; solo eso es suficiente. Aunque otros excluyen una de las guitarras y muchos otros incluyen trompetas, saxofón, teclados, acordeones, violines, gaitas… en fin, el número de instrumentos no importa, incluso un acústico nos pondría los pelos de punta. En este caso son el rasgueo de una guitarra y el punteo de otra las que nos harán vibrar, acompañado por las notas de un bajo y los redobles y rebotes de una Tama. Letras que hablan de política, sociedad, violencia, amigos, la vida, el amor y el desamor; son esas letras que nos hacen gritar de emoción, que nos hacen saltar y sacar todo eso que sentimos, dejándolo fluir en una canción.
Poco a poco, con la música en nuestros oídos, empezamos a hacer parte de una fantasía, en medio de la multitud y el juego de luces; un sueño en el que logramos expresar, sin que nadie nos diga nada, todo eso que siempre hemos tenido reprimido ya que afuera nos juzgan simplemente por nuestra apariencia.
Acá estamos solos. Es un gran espacio en el que las voces se unen en una sola; un coro que brota de lo mas profundo de nuestros corazones y logra invadir cada rincón de la ciudad. Es ese hermoso sentimiento que podemos compartir con quienes lo sienten igual. Se regocija el espíritu y es para nosotros el paraíso.
Después de unas cuatro o cinco horas de brincar, cantar, poguear y gritar, finaliza el concierto. La sensación es indescriptible. En realidad es una paz interior o algo parecido. Apenas podemos sentir que tocamos el piso y el sudor que baña por completo nuestro cuerpo. Tanta euforia, represión y ansiedad que sentíamos unas horas antes, ya no están. Después de salir de aquel sagrado recinto con nuestros oídos a punto de estallar, vemos la vida de una manera diferente pero el mundo nos sigue viendo igual y la discriminación y el rechazo se evidencian a nuestro paso.
La gente debería empezar a ver más allá. Más adentro de lo que aparentamos, más allá de un prototipo que la sociedad se ha dedicado a degenerar y a criticar sin compasión. Adentro está lo que la gente no ve por que se niega a hacerlo. Los jóvenes rockeros somos amantes a la vida, a las aventuras, al deporte, al estudio, a la música, a lo que hacemos. Pero, lastimosamente, lo único que le reflejamos a la sociedad es rebeldía y sobre todo anarquía. Pero si las personas se dedicaran a ver lo que es en realidad y no lo que quieren ver se darán cuenta de las maravillosas y valiosas personas que hay detrás de la apariencia de la juventud rockera.
A muchos puede importarles poco lo que la gente piense u opine de ellos, incluyéndome, pero nos afecta en nuestra vida social, laboral y académica. En los colegios, quieren seguir un régimen militar y seguir manipulando la personalidad y en cierta parte la vida de los jóvenes. En las empresas buscan un prototipo de persona que se vista como ellos lo impongan y así poder tener a todos los empleados exactamente igual, robotizados y sin que se distingan unos de otros. En la calle, nos señalan de ladrones, drogadictos, rebeldes, satánicos, vagos y desadaptados, por eso para nosotros son tan importantes estos espacios y por eso siempre los disfrutaremos al máximo, sin importar costo, distancia, clima o lugar.
En lo personal, para la escena del rock and roll, fue una gran ganancia. Nos demostramos a nosotros mismos que si podemos compartir un escenario y que para nosotros si existe la unidad de género. Nada más reconfortante que ver en un mismo espacio y a un mismo tiempo a los Metaleros, los Punkeros, los Neos, los Rasta, los Hardcore y hasta los mismos Emos, sin miedo y sin discriminación alguna.
El Rocker’s Fest le dio la bienvenida, nuevamente, al espíritu rockero del municipio que por tanto tiempo había estado ausente y abrió las puertas a otros eventos y a otros espacios que esperamos se repitan con frecuencia.
Después de este festival, el municipio de La Ceja ahora es denominado como La Ceja rock’s City. Posterior al Rocker’s Fest, hemos tenido grandes conciertos como el de La Mojiganga, o la visita de Rey Gordiflón y Providencia y el concierto del 23 de Agosto denominado Principiantes del caos, otro espacio en el que pudimos, nuevamente, gritar y cantar por lo que somos.
Si queremos ser tratados como personas normales y ser aceptados en la sociedad, debemos empezar nosotros mismos por ser una sola familia y unir géneros. Demostremos al mundo que podemos hacerlo. Ese es nuestro aporte al mundo y a nosotros mismos. Somos y seguiremos siendo la familia rockera de Colombia y nuestro himno será por siempre ¡Rock And Roll hasta la muerte!


* Tributo a Metálica por trece agrupaciones, editado y publicado en el año 2003.


Eisen Hawer López Chica, 2008


La misma Historia

La vida humana es tan frágil, tan miserable, tan efímera… No hace falta tener ochenta o noventa años para esperar la muerte; tampoco hace falta estar enfermo de gravedad; por más estúpido o risible que parezca, lo único que hace falta para morir, es estar vivo.
Relatar de nuevo esa historia, aparte de ser repetitivo, es doloroso. Ya los medios pasaron, hasta el hastío, por sus micrófonos, cámaras, y páginas, la tragedia de la familia Ortiz y la familia Jaramillo; Esa que fue también la tragedia del pueblo cejeño.
Pero a los medios se les olvidó mostrar algo. Ninguno presentó el dolor que yo estaba sintiendo por lo ocurrido, ni lo que tenía para decir. Todos los medios se olvidaron de mí y aún no me explico por qué. Ah, claro. Ha de ser porque asistí al velorio justo cuando no había cámaras buscando insensatamente el llanto y la tristeza de las personas; o quizá fue porque no soy alcalde ni concejal, y tampoco luzco corbata y gafas oscuras para disfrazar una tristeza que, igualmente, va a saltar de los lentes y se va a confundir con la tristeza ajena, la misma que todos sentíamos; o tal vez porque pasé casi cuatro días encerrado en mi habitación, llorando y tratando de asimilar la muerte de una amiga y de otros conocidos. A los medios se les olvidó mencionar que Paola era mi amiga.
La conocí hace aproximadamente tres años, por coincidencias de la vida, pues ambos solíamos ir a lo que se conoce como “El Oratorio”, en el colegio Salesianos. Nos hicimos buenos amigos, no sólo de sábados –que era los días que asistíamos al oratorio- yo también iba a su casa y me hice amigo de sus cuatro hermanitos (también fallecidos en el accidente) y entablé una buena relación con su papá Diego (igualmente fallecido) y su mamá Olga (única sobreviviente del accidente).
Por esas cosas que uno no logra comprender dejamos de vernos por un largo tiempo. Quizá ya a ninguno de los dos nos quedaba espacio por nuestros estudios y estábamos más dedicados a otras cosas. Nos veíamos ocasionalmente en las calles y nos saludábamos como dos conocidos. La última vez que hablé con ella, recuerdo que me abrazó, pero eso fue hace mucho.
Ni siquiera estaba enterado de sus planes religiosos en el futuro; tampoco sabía que era la personera de su colegio y mucho menos que ya no vivía en aquella casa del barrio El Paraíso, donde alguna vez me invitó a comer las ricas empanadas que hacía su mamá.
Ahora que no está, desempolvé un afiche que me había regalado, de esa muñeca (Pucca) que tanto odio y que dice “Por ti hago lo que sea”, y no he parado de ver la foto de mis grados en la que estoy con ella. No dejo de lamentarme y como siempre sucede, quisiera que estuviera viva para decirle muchas cosas, para robarle ese beso que nunca le robé porque era muy cobarde, a pesar de que sabía que ella quería. Es triste que todos esos instantes se vallan de un momento a otro. Son esas cosas que, como todo, tienen un principio pero que uno quisiera que no tuvieran un final.
A Paola no pude verla en su ataúd, ya que el cuerpo fue encontrado el mismo jueves, 18 de junio (según la emisora local Celeste estéreo. Los medios nacionales habían dado una información errada) día en el que estaba programado el entierro colectivo.
Tal vez ese ha sido uno de los motivos por el que aún no logro superarlo. Dicen que ver a los muertos es bueno para asimilar su partida. Yo me quedé con una última imagen suya, apenas unas horas antes de su muerte y después de más de medio año de no verla. Estaba ahí, parada en la esquina de la ye, como si esperara mi paso para decirme con una sonrisa “hola”, y con su mirada “adiós”.
Ahora que Paola se ha ido nuestra relación no ha cambiado mucho. No nos vemos, no hablamos… Pero lo que más me entristece es saber que, como ella, no somos ni valemos nada para el mundo. La vida humana puede significar mucho, pero a la vez se va en milésimas de segundo. Por ejemplo, en lo que tarda una camioneta en caer a un río.
El colegio Maria Josefa Marulanda, el mismo que fuera el templo de aprendizaje de Paola, Mateo y Sarita, ahora se llenaba con el frío de sus cadáveres y el de sus familiares, y la mirada de decenas de dolientes y curiosos que acudieron masivamente al velorio y al entierro.
Esa tarde La Ceja vivió un ambiente de Apocalipsis. El aire era denso, como si la tristeza pesara, literalmente. A pesar de la muchedumbre reunida en el parque principal y en la Basílica menor, era aterradora la sensación de soledad. Era imposible salir a las calles y no ver a la muerte, con su hábito negro y su Oz en la mano, caminando de un lado para otro, riéndose de ella misma y escuchando el eco que producían sus pasos en medio de la multitud.
Han sido días difíciles. Todos los canales de televisión mostraban la tragedia hasta tres veces al día. A eso se le suma la noticia de la madre que mató a su niño recién nacido, y salió llorando ante el mundo pidiendo que le devolvieran a su hijo. Ahora entiendo por qué en Colombia no hay superhéroes. Es que los superhéroes sólo luchan contra seres extraños, mutantes o extraterrestres: Duende Verde, Guazón, Lex Luthor, el como se llame hombre de arena enemigo de Spider Man… ninguno de ellos humano, al menos no completamente. Es que contra la maldad, el odio y el rencor humano, no hay nada que se pueda hacer. La humanidad está inminentemente condenada.
Aún así, hay gente que no pierde la fe. Olga Teresita Ramírez, después de sepultar a su esposo y a sus cinco hijos, dice estar tranquila. Cree que si dios no la dejó morir es porque aún tiene una misión que cumplir en este mundo y sigue manteniéndose firme, claro está, “gracias a dios”.
Pensar así, sí que es un acto de nobleza y resignación. Yo más bien pienso que lo que le pasa a doña Olga es una venganza ¿Por qué? No lo se. Quizá ella no tenga porqué estar pagando esa pena, pero ese dios vengativo descargó en ella toda la ira que sentía contra esta podrida humanidad. No encuentro otra explicación.
Una vez más, ese dios imaginario, ese que los humanos se han inventado –así como se inventaron al ratón Pérez y al conejo de pascua- se divierte a costa de nuestras lágrimas. El mismo dios al que doña Olga ora todas las noches para que le de valor y no desfallecer; Ese mismo que le arrebató a su familia y dejó morir a esas personas cuando se encaminaban a pagar una promesa por un favor que “él mismo” les había concedido. Cómo es que un dios que es todo amor y bondad permite algo así. Ah, perdón. Cómo culpar a dios, si la culpa fue de un tronco que había en medio de la carretera, y también de ésta por estar mojada. Dios sólo era un espectador silencioso y un testigo irrelevante de esta tragedia.
Sí, injustas y dolorosas ironías del destino. Pero la vida sigue; lastimosamente, lo creo a veces. Esta tragedia nos conmovió a todos. Lloramos unos días, pero en unos cuantos lo recordaremos como una historia más. Es duro, sí, pero cierto. Lo único que me consuela es saber que soy humano y que también he de morir algún día.
Eisen Hawer López Chica

La muerte también ama

“El amor es como un dolor de muelas”, o por lo menos lo era para Luís Tejada. Pero yo no creo que el amor sea como un dolor de muela, no sería suficiente definirlo así. ¿Qué podría ser peor que un dolor de muela? Tal vez un cólico menstrual, o una migraña, o una peladura en las encías justo encima de los dientes delanteros.
El amor es una combinación de las cosas más hermosas, deliciosas y placenteras, con las más horribles, asquerosas y dolorosas. El amor podría ser una barra de 2x2 metros de chocolate blanco, y podría ser un nacido en las posaderas; podría ser un inmenso jardín de rosas, violetas, girasoles y orquídeas, y podría ser un frívolo y tenebroso cementerio, abandonado, incluso, por sus propios muertos; podría ser reír hasta que nos duela el estómago, y podría ser llorar hasta que nos duela el alma… todos esos placeres y dolores son similares pero inferiores a los que causa el amor.
Pero quizá lo que más se parezca al amor sea un parto; el angustioso y muy eterno dolor de un parto. Claro que, obviamente, nunca seré madre ni tendré la desgracia de parir, pero por lo que sé, el dolor de un parto podría ser mayor que un dolor de muelas. Y qué mejor analogía que esa. Cuando una mujer queda embarazada, está feliz (la mayoría de las veces), disfruta de su embarazo cargando en su vientre y cuidando a quien será vida de su vida. Durante nueve meses todo son mimos y cuidados, pero se llega la hora del parto. La felicidad que debería sentir la madre es empañada por el intenso dolor que le produce la criatura que está apunto de salir de su cuerpo. Después de dar a luz, la madre está feliz de nuevo y, probablemente, su dolor ha pasado.
Así es el amor. Cuando alguien se enamora está feliz. Siente que esa otra persona es parte, no sólo de su vida, sino también de su cuerpo; ambos son un solo ser. Cuando se está en la etapa del enamoramiento, todo son mimos y cuidados, besos y caricias, palabras lindas y felicidad. Cuando el amor empieza a acabarse y se vuelve insoportable la situación, llega la hora del “parto”. Sin duda, la parte más difícil de estar enamorado es la de desenamorarse. Sacar del corazón (o de donde sea que se meta) a esa otra persona, es un proceso mucho más largo, torturante y doloroso que un parto. Ojalá desenamorarse fuera tan fácil como parir; soportar dolor por unos minutos, pero pujando varias veces se sale ese otro ser del cuerpo. Tener que olvidar es peor. Cambiaría mil veces el dolor que se siente después de haber amado con locura a alguien, por el de un parto o un dolor de muelas, después de todo, el dolor físico hace menos daño que el que nos produce el amor. Siempre he tenido presente que quien ama está condenado a sufrir, pero hay quienes dicen que no es cierto, que también existen personas que se aman hasta la muerte; precisamente, nuestra cultura nos enseñó que la muerte nos debe doler y, por lo tanto, hacernos sufrir.
El mundo sería mucho mejor si no existiera la necesidad de amar. Si lo que se necesita es procrear, se puede hacer sin tener que amar a la otra persona.
Siempre he pensado qué haría si algún día encontrara una lámpara mágica y al frotarla, un genio me concediera un deseo. Creo que le pediría que me permitiera encontrar a ese tal cupido, mirarlo a los ojos y, antes de dispararle en el corazón, decirle “Ya no volverás a causar sufrimiento al mundo”. Es que cupido es lo más inoportuno y desocupado del mundo. Qué necesidad tiene de andar con su arco, flechando corazones y causando dolores y sufrimientos. Pensándolo bien, en vez de matar a cupido, le clavaría una de sus flechas y así le causaría un dolor mayor que si lo mato de una vez; igual, el amor lo va a matar lentamente.
Todo aquel que esté aburrido con la vida y no tenga el valor suficiente para suicidarse, sólo tiene que hacer algo: enamorarse. El fin será el mismo que si se envenena, dispara, o cuelga por el cuello de una cuerda, pero el dolor que causa el amor es mucho más placentero y torturante y podría llevar a amar la muerte, tal como ella nos ama y espera por nosotros.
Eisen Hawer López
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